Eva
era una niña valiente y aventurera que un día descubrió el mapa del tesoro de
las Reinas del Mar, el tesoro con todas las joyas que las sirenas recogen de
los barcos hundidos. Según el mapa, el tesoro estaba protegido contra el mal
con magia blanca, y sólo la mejor amistad verdadera podría sacarlo de la cueva
en que estaba.
Sabiendo
esto, Eva recurrió a Lucía, su antigua compañera de aventuras y le contó el
secreto. Acordó darle la cuarta parte de las joyas, y juntas tomaron un gran
carro y fueron por el tesoro. Llenaron todo el carro con sus riquezas pero, en
el mismo instante en que abandonaban la cueva, todas desaparecieron, y solo
pudieron encontrarlas de nuevo en su sitio original. Y por más veces que lo
intentaron, no dejó de ocurrir lo mismo, hasta que ambas se dieron por
vencidas.
-
“Supongo que Lucía no era una amiga de verdad”, se dijo Eva. “Si lo fuera, no
me hubiera importado compartir todo el tesoro con ella. Debería haber elegido a
Lola o a María”
Lola
y María eran sus dos mejores amigas. Y como no sabía muy bien a cuál elegir
decidió contarle el secreto a Lola, acordando repartir el tesoro a medias.
Sin embargo, al ir a recuperarlo, se encontraron con una larga fila de buscadores de tesoros. Y es que, mientras estaban fuera, Lucía había tratado de sacar el tesoro un montón de veces, cada vez con un nuevo amigo. Y con cada fracaso, sus compañeros hacían lo mismo y corrían a buscar nuevos amigos para rescatar el tesoro por su cuenta, y así sucesivamente. Y, de esta forma, se había formado una larga fila de parejas de amigas y amigos que intentaban sin éxito hacerse con el tesoro.
Sin embargo, al ir a recuperarlo, se encontraron con una larga fila de buscadores de tesoros. Y es que, mientras estaban fuera, Lucía había tratado de sacar el tesoro un montón de veces, cada vez con un nuevo amigo. Y con cada fracaso, sus compañeros hacían lo mismo y corrían a buscar nuevos amigos para rescatar el tesoro por su cuenta, y así sucesivamente. Y, de esta forma, se había formado una larga fila de parejas de amigas y amigos que intentaban sin éxito hacerse con el tesoro.
Cuando
por fin les llegó el turno a Eva y Lola, estaban tan seguras de ser excelentes
amigas que la decepción fue aún mayor cuando el tesoro volvió a desaparecer al
cruzar la salida de la cueva.
A Eva ya solo le quedaba la opción de María, que al recibir la noticia reaccionó con gran entusiasmo. María corrió entonces a contárselo también a Lola, quien confesó conocer toda la historia, y junto a Eva le explicó lo difícil que resultaba conseguir el tesoro.
A Eva ya solo le quedaba la opción de María, que al recibir la noticia reaccionó con gran entusiasmo. María corrió entonces a contárselo también a Lola, quien confesó conocer toda la historia, y junto a Eva le explicó lo difícil que resultaba conseguir el tesoro.
-
Bueno, da igual- dijo María-. Ya veréis cómo podemos sacarlo entre todas, y
luego lo compartimos. ¿No somos las mejores amigas del mundo? Además, como es
un tesoro tan grande, podremos ayudar con él a muchísima gente... ¿Os
imagináis? yo tengo una tía que necesita ayuda en un hospital porque...
María
siguió imaginando todas las cosas buenas que podrían hacer con el tesoro, y al
poco Eva y Lola estaban tan entusiasmadas como ella. Entre las tres propusieron
tantas ideas y tan buenas, que finalmente acordaron que solo se quedarían con
alguna pequeña joya como recuerdo, y lo demás lo dedicarían a ayudar a otras
personas.
Decidido
el reparto, volvieron a la cueva, esperaron su turno y... ¡se llevaron todo el
tesoro sin problemas!
Aquel
lugar había llegado a ser muy famoso, así que no faltaron las felicitaciones,
las fotos ni las entrevistas. Y en todas ellas, cada vez que los periodistas
preguntaban a Eva o a Lola cuál había sido el secreto para rescatar con éxito
el escurridizo tesoro, las niñas respondían:
-
Tener una verdadera amiga como María, que nunca para hasta conseguir sacar lo
mejor de nosotras mismas.
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