Cuando uno crece en mitad de la edad de oro de la NBA no tiene más remedio que buscar sus ídolos al otro lado del Atlántico. En aquella época de botas altas y pantalones talla 'S' el patio del colegio te obligaba a elegir. Tres eran los primeros nombres en salir a la palestra cuando nos tocaba decidir a quién nos pedíamos: Jordan, Bird y Magic. Aunque siempre había algún 'rarito' que pronunciaba aquello de: "Yo me pido a Wilkins" o "Yo a Barkley". Excepciones que confirmaban la regla.
Pronto caí en las redes de Magic. No había recreo que no saliera corriendo al patio para ser el primero y poder escoger al '32' de los Lakers antes que nadie. Incluso me enfadaba y me negaba a jugar si alguien llegaba antes que yo y me arrebataba la posibilidad de convertirme en mi ídolo. Rabietas de infante. A medida que crecía mi pasión por aquel jugador diferente se convirtió en obsesión y bebía todo artículo, reportaje o libro en el que apareciera su nombre. Fue así como averigüé que hubo otro Magic antes de que Magic siquiera existiera.
Lo descubrí en una revista estadounidense que me trajo mi padre. Había un artículo titulado 'El primer mago del baloncesto' que rápidamente llamó mi atención. ¿Cómo alguien podía cometer tal sacrilegio de llamar mago a otro jugador que no se apellidara Johnson? Empecé a leer y pronto me di cuenta de que el que estaba equivocado era yo y a pesar de no contar con YouTube, la descripción que se hacía en aquella pieza me hizo imaginar cómo había jugado aquel malabarista del balón.
Se trataba, evidentemente, de Bob Cousy que ahora cumple 85 años y que dejó tras de sí un sinfín de trucos y malabarismos que le valieron el acertadísimo mote de 'El Houdini del parquet'. Un apodo que hacía justicia con su juego y con su visionaria visión de un deporte que él mismo se encargaría de transformar y de dominar con puño de hierro junto a sus todopoderosos Celtics. Aunque no siempre fue así.
Como muchos de los que más tarde se convirtieron en leyendas de la NBA, Cousy empezó en el baloncesto por un giro del destino en el que él no tuvo nada que ver. Hijo de inmigrantes franceses, Cousy creció en las calles del East Side de Manhattan jugando al béisbol con palos de escoba y robando los tapacubos de los automóviles. Eran los juegos del barrio, alejados totalmente del baloncesto. Fue en esas calles, mezclado con niños judios, afroamericanos y latinos, donde el joven Robert Joseph aprendió a convivir y desarrolló un sentimiento anti-racista muy fuerte y que demostraría en numerosas ocasiones.
En 1940 su padre, taxista de profesión aunque pluriempleado por obligación, consiguió ahorrar un dinero --500 dólares-- para dar la entrada de una vivienda en Queens. Para poder pagar la hipoteca, los Cousy tuvieron que alquilar habitaciones y gracias a algunos de esos inquilinos y a la influencia de su nuevo barrio, a la edad de 12 años, el joven Bob descubriría los encantos de aquel balón naranja con el que contraería matrimonio de por vida.
Y es que desde que comenzó a botar aquella pelota empezó a mostrar una habilidad innata y extraña por aquel entonces. Bob Cousy salía a la calle junto a su nuevo amigo y en cuanto llegaba a la cancha callejera donde se inició en este deporte, se desataba en una explosión de fantasía como nunca antes se había visto. Veía el pase que no veía nadie, el 'dribbling' que necesitaba para burlar a cualquier rival y el tiro que su equipo necesitaba antes de que el balón llegase a sus manos. Era un adelantado. En todos los sentidos.
Sin embargo, sus condiciones no lograron convencer a los 'ortodoxos' del juego y en su primer año en el Andrew Jackson High School tuvo que ver cómo su entrenador, Lou Grummond, le cortaba antes de empezar la temporada, receloso de un juego que no se parecía al que él enseñaba a sus discípulos. Cousy tuvo que buscar hueco en ligas menores, donde pronto comenzó a destacar, aunque apenas tenía repercusión más allá de las felicitaciones familiares.
El verano siguiente Cousy se rompió el brazo derecho tras caerse de un arbol. Un accidente que cambiaría su vida. Hizo "lo que cualquiera hecho en mi lugar", aprender a botar y a tirar con la mano izquierda. Se convirtió en ambidiestro, mostrando la misma habilidad con ambas manos, lo que le valió que su entrenador reculase en su decisión y le reclutara para el equipo del Andrew Jackson.
El debut se hizo esperar seis meses más, después de suspender la asignatura de ciudadanía, lo que le apartó del equipo. Sin embargo, en el segundo semestre del curso por fin podía estrenarse con el equipo del colegio. Una estrella acababa de nacer. Cousy pronto se hizo el líder del equipo y en apenas temporada y media se convirtió en la estrella del baloncesto local de Nueva York, siendo el máximo anotador del estado. No tenía intención de acudir a la universidad, pero las becas que le ofrecían le hicieron cambiar de opinión para seguir jugando al baloncesto.
El base se decidió por Holy Cross en Worcester, a 60 kilómetros de Boston. Cousy volvió a encontrarse con la rigidez de un sistema que apenas dejaba tiempo de juego a los novatos y con un entrenador que le veía más como un artista de circo que como un jugador de aquel baloncesto de la época en el que todo parecía ir a cámara lenta. Aún así, participó en el primer campeonato de la universidad de Massachussetts.
Sin embargo, todo cambió mediada la temporada 49-50, en un partido contra Loyola. A falta de cinco minutos y en plena guerra Cousy-Julian (su entrenador) la grada se decantó y obligó a recular al técnico cuando se puso a pedir, de forma unánime, la salida del base a la pista. En tan poco tiempo, el jugador se convirtió en héroe con 11 puntos y una canasta ganadora que se sacó de la chistera tras driblar a un rival pasándose el balón por la espalda. El público enloqueció y él se convirtió en una referencia.
Todo parecía encaminado para que la leyenda universitaria local acabase jugando en el equipo de la ciudad. Es decir, en los Celtics. Sin embargo, el peor equipo de la temporada (22-46) sorprendía escogiendo al pívot Charlie Share. "Se supone que tengo que ganar, no escoger a ídolos locales", aseguró Red Auerbach tras la ceremonia del draft.
Los Celtics no fueron los únicos escépticos con el juego de Cousy. El base fue drafteado por los Tri-Cities Blackhawks, una franquicia que no le convencía. El jugador quería montar una autoescuela en Worcester y no quería moverse de la zona, así que pidió 10.000 dólares anuales de sueldo. Los Blackhawks le ofrecieron 6.000 y él rechazo la oferta, siendo traspasado a los Chicago Stags.
La franquicia de Illinois desapareció antes de empezar la temporada y sus jugadores fueron puestos en el mercado en un draft muy particular con tres nombres encima de la mesa: el máximo anotador de la NBA, Max Zaslofsky, Andy Phillip y Cousy. Los Celtics querían a la estrella, se habrían conformado con Phillip y no querían a Cousy. Sin embargo, el base acabó vistiendo el verde por 9.000 dólares al año iniciando una relación que duraría hasta nuestros días.
Cousy no tardó en hacer que Auerbach y el dueño del equipo, Walter Brown, se tragaran sus prejuicios. El base se convirtió en el líder de los Celtics y consiguió que la franquicia terminara, por primera vez en su historia, con un récord positivo, poniendo la primera piedra de lo que más tarde se convertiría en una de las mayores dinastías de la historia de la NBA.
K.C. Jones, Bill Russell, John Havliceck, Bill Sharman, Tommy Heinsohn, Frank Ramsey y Jim Loscutoff se fueron uniendo a la causa de un Cousy que ya había metido a los 'orgullosos verdes' en playoffs y que había aumentado su aura de estrella con actuaciones de leyenda como ante los Syracuse Nationals en las eliminatorias del 53, cuando terminó el partido con 50 puntos y 30 de 32 en tiros libres en un partido que se comparó al de los 100 puntos de Chamberlain en los albores de baloncesto.
Con todo el arsenal disponible, los Celtics comenzaron su tiránico reinado conquistando ocho títulos consecutivos de la NBA entre 1959 y 1966, que se sumarían al logrado por el equipo en 1957 frente a los Hawks de Bob Pettit y que otorgaría a Cousy el estatus definitivo de superestrella de la NBA con ese primer anillo en sus dedos. Él fue la piedra angular de aquel campeonato y la base sobre la que los 'verdes' construyeron su leyenda.
Para terminar de abrillantar su legado, Cousy no encontró mejor forma de despedirse de su amado Garden que con una victoria épica para conquistar su sexto anillo y el quinto consecutivo. El base, que ya había visto rebajado su tiempo de juego durante la temporada y con él su influencia, disputaba junto a sus Celtics la final de la NBA de 1963 frente a los Lakers. Durante el choque, el base se torció el tobillo y tuvo que abandonar la cancha. Sin embargo, volvería para disputar los instantes finales con los angelinos por delante en el luminoso. Cousy no anotaría, pero fue la inyección de moral que necesitaban sus compañeros para doblegar al enemigo. Un Cid a la bostoniana y la mejor forma de poner fin a una carrera inigualable.
Seis veces campeón de la NBA, una vez elegido MVP (1957), ocho veces seguidas máximo asistente de la Liga, 13 presencias en el All Star, 10 veces integrante del primer equipo de la temporada, elegido para el Salón de la Fama y considerado uno de los 50 mejores jugadores de la Liga. Un historial inmaculado que, sin embargo, no refleja toda su influencia sobre el juego. Por algo también se le llamó 'Mr. Basketball'.
Porque si algo fue Cousy fue un visionario, un adelantado a su tiempo que convirtió el baloncesto en una función de magia cada vez que saltaba a la cancha con pases imposibles y 'dribblings' que hacían desaparecer el balón ante los ojos del rival. Un hechizero que embrujaba a los demás con trucos más propios de un prestidigitador que de un jugador de baloncesto y siempre a toda velocidad.
El primer revolucionario de la cancha que ahora celebra su 85 cumpleaños observando que su legado está más vigente que nunca. Y es qe "si Naismith inventó el juego, Cousy lo elevó a la categoría de arte", como escribieron en su despedida en Boston.
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