Hablar de Drazen Petrovic puede resultar una tarea demasiado sencilla para algunos. Sí, fue un gran jugador y un completo maleducado –siempre dentro de la pista; fuera de ella resultaba ser una persona introvertida pero siempre muy amable según cuentan aquellos que le conocieron; y más adelante se comprenderá que esa actitud derivaba únicamente de la pasión con la que él vivía el baloncesto- cuya figura se mitificó a raíz de su muerte en 1993. Al fin y al cabo, esto es baloncesto: todo el mundo opina y sabe más que el resto.
“Mozart” o “El genio de Sibenik” son algunos de los apodos favorables que recibió a lo largo de su carrera. Luego en cada cancha ya se encargaban de colocarle algunos no tan favorables en cuanto veían que entre gesto y gesto hacia la grada, el rebelde chico de rizos ya sobrepasaba cómodamente los 40 puntos. Por no hablar de todo un récord a nivel mundial como fueron los 112 puntos que le anotó él solito al Smelt Olimpija esloveno en 1985.
En España muchos aficionados le recordarán por el excepcional año que brindó al Real Madrid en su puente particular para saltar a la NBA. Pero la leyenda de este jugador comenzó a formarse mucho antes: en cuanto dejó la música para copiar a su hermano mayor Aleksandar –otro gran jugador, por cierto- con un balón en sus manos. El mayor de los Petrovic recuerda cómo el pequeño Drazen botaba un balón que todavía era más grande que él o cómo tenía que cuidarle en sus duelos ante gente de bastante mayor edad. Pero eso no importaba. ¿Acaso es normal que un niño se machaque 7 u 8 horas todos los días –sin excepción- en un gimnasio con un balón como solitaria compañía o que se levante a las 6 de la mañana para tirar a canasta antes de ir a la escuela? Bueno, quizás sí lo sea para una persona que se definió como alguien “miserable” cuando no está entrenando o jugando. Perasovic, actual entrenador del TAU Vitoria y otro fenómeno que merecería capítulo aparte, recuerda cómo él y Drazen se entrenaban juntos en todos los momentos libres que tenían durante el servicio militar. ¿Quién dijo descanso?
Tras pasearse insultantemente tanto con el Sibenka de su ciudad natal como en la Cibona de su admirado hermano “Aza” –al que luego se enfrentaría y vencería sin piedad cuando éste decidió terminar su carrera en el Scavolini italiano-, recaló en uno de los clubes cuya afición más odio le tenía: el Real Madrid. Pero bien sabido es eso de “si no puedes con el enemigo, únete a él”, y cuando el jugador llega a la capital después de un espectacular plantón al eterno rival –se dice que firmó el contrato con el Real Madrid en el mismo aeropuerto de Barcelona-, parece que aquellos pasados desplantes a la afición merengue se olvidan más fácilmente. Continuó trabajando como siempre lo había hecho, compitiendo consigo mismo –al término de los entrenamientos se le tiene visto pidiéndole a un niño de la grada que le pase balones para seguir lanzando a canasta- y su temporada fue espectacular –a pesar de la mala relación existente con compañeros como Fernando Martin-, con 62 puntos incluidos en la agónica final en la que los madridistas levantaron la Recopa de Europa. Tras doctorarse ganando el Mundial ese verano en Buenos Aires con la selección de Yugoslavia con un juego más espectacular si cabe todavía al de costumbre, el “10” pasaría a ser el “44” de unos Portland Trail Blazers en los que Drazen sería vilipendiado por su entrenador Rick Adelman, actual técnico de los Kings, como nunca lo había sido en su carrera. El ser europeo todavía no se llevaba en aquellos tiempos en un país que ahora se lo lleva todo de aquí, incluidos chavales que jamás destacaron ni destacarían en nuestro continente.
Pero Petrovic nunca se rendía, nunca se cansaba de trabajar; nunca lo hizo durante tantas horas en aquel gimnasio y nunca lo haría en ningún lugar. Se mudó a New Jersey, se puso el “3” a la espalda y le enseñó muchas cosas a los americanos –gracias a que Chuck Daly sí quiso ver en el chico algo que no fuera el pasaporte-. Durante el verano de 1992 se disputaron los memorables Juegos Olímpicos de Barcelona, en los que el de Sibenik tenía un reto añadido al de competir con el carácter que siempre lo hacía: defender a su recién creado país, Croacia –tras la desmembración de la antigua Yugoslavia-, y lo hizo liderando a los suyos hacia una final en la que sólo había un posible ganador, que era el “Dream Team” original, con Magic Johnson, Michael Jordan y Larry Bird en sus filas –entre otra larga lista de estrellas-. El nuevo jugador de los Nets no dio el partido por perdido hasta el pitido final, dando la impresión de ser el único individuo en el Olímpic de Badalona que no veía clara la victoria americana, y se pasó el partido abroncando a compañeros como Komazec por jugar de cara a la galería o motivándolos –en un tiempo muerto dijo que Jordan se estaba riendo de ellos, algo que no era cierto; en la reanudación, Perasovic realizó alguna acción dura sobre el de los Bulls como respuesta-. Él era así. Finalmente, la plata no pareció saberle mal del todo al insaciable Petrovic, que incluso intercambió algunos comentarios entre risas con su ex compañero en Portland Clyde Drexler. De nuevo en la NBA, llegó su última gran decepción allí: no le incluyeron en el All Star Game del 93, en una temporada en que promedió 22,3 puntos por encuentro con unos porcentajes excepcionales (52% en tiros de campo, incluido un 45% en triples). Eso sí, le obsequiaron invitándole a participar en el concurso de triples, invitación que el orgulloso de Drazen rechazó argumentando lo siguiente: “Si no juego el All Star Game este año, ¿cuándo lo jugaré? ¿Por qué he sido olvidado, seleccionado sólo para el concurso de triples? Mi sitio está en la cancha”. Tras concluir la temporada en Estados Unidos, decidió participar con su amada selección de Croacia –Drazen fue un firme defensor de la independencia croata- en los partidos de clasificación para el Europeo que se disputaría ese mismo año. El 6 de junio anotaba 30 puntos en Wroclaw ante Eslovenia y decidía pasar en Alemania junto a su amiga Clara los dos días libres de los que disponía, en vez de volver a Zagreb con sus compañeros. Un día después, 7 de junio de 1993, nos dejaba sin haberse despedido en una carretera en Deggendorf, próxima al aeropuerto de Munich. Tenía tan sólo 28 años, y nunca se sabrá dónde estaba realmente su techo deportivo, pero posiblemente más alto todavía viendo su continua progresión año tras año.Para entonces, en la NBA ya sabían que el escolta de los Nets estaba entre los mejores, tal y como afirmaba el ya entonces comisionado de la liga David Stern: “Sus contribuciones al deporte del baloncesto fueron enormes. Estamos todos orgullosos de haberle conocido”. Actualmente, por fin descansa –sin ser ningún “miserable”- en Zagreb, ciudad cuyo pabellón lleva su nombre. ¿Y al otro lado del Atlántico? Sí, allí también fue homenajeado: su camiseta con el “3” ondea en el techo del Continental Airlines Arena de New Jersey, y su nombre figura ya en el “Basketball Hall Of Fame” de Springfield, en donde ingresó a la par que otro deportista diferente, Magic Johnson. Su ídolo, “Aza” –quien te mira con otro rostro en cuanto le hablas de Drazen-, se toma un respiro en la capital croata tras entrenar en ACB en Sevilla y Lleida, pero seguramente volverá tarde o temprano a tomar las riendas de algún club europeo. Por cierto, del hijo de éste, llamado Marko, hablan maravillas quienes le han visto jugar, e incluso se le puede ver en un vídeo en la web oficial de la NBA. ¿A quién recuerda su manera de jugar? Al mismo personaje al que dicho vídeo está dedicado.Hinchó su carrera de títulos en Europa – un Mundial, dos Europeos, dos Copas de Europa y dos Recopas entre ellos- y llegó a la NBA para convertirse en el primer europeo que lograba triunfar en la mejor liga del mundo. Era el resultado de aquellas solitarias tardes en las que su única obsesión era mejorar para llegar a ser el mejor. Kukoc, Radja, Nowitzki, Stojakovic o Gasol, entre otros que llegaron y llegarán al éxito americano, todavía le deben las gracias a “Mozart”, un artista único que les abrió el camino. Por este motivo, y aunque el baloncesto actual es muy diferente al de entonces y las comparaciones carecen muchas veces de lógica, Drazen Petrovic seguirá siendo recordado por muchos como “el mejor jugador europeo de todos los tiempos".
Los que opinan que fue un maldeducado no saben que eso forma parte del 'otro' baloncesto. Eso le servía para sacar de quicio de sus rivales y que jugarán peor.
ResponderEliminarY otro apunte, quien diga que no triunfó en la NBA que mire sus números de su última temporada en la NBA, una NBA autentica y no lo que es ahora que cualquier jugador sin haber demostrado nada en Europa desembarca allí.
Y sin duda totalmente contigo, el mejor de Europa y con mucha diferencia.
Gran entrada crack!!!
Se echa de menos tanta clase.
ResponderEliminarSin duda el numero uno, no he visto a nadie dominar asi
ResponderEliminarJamás vi a un jugador como él, era capaz de todo y con todo en un partido, para mi ha sido único e inigualable. UN CLAK en todos los sentidos. En Europa lo gano todo, como y cuando quiso.
ResponderEliminarGuuuaaauuu!!!!.....pelos de punta....bravo!!!!....el mejor sin duda
ResponderEliminarGuaaauu!!!....pelos de punta...bravo!!!....el mejor sin duda
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