domingo, 29 de junio de 2025

¿Hacia dónde vamos?


Vamos hacia un mundo hiperconectado pero emocionalmente desconectado. Estamos sobreinformados pero mal comprendidos, entretenidos pero vacíos, rodeados de gente pero más solos que nunca. La paradoja es clara: nunca tuvimos tantas formas de comunicarnos y, sin embargo, cada vez nos entendemos menos.

Vivimos en una cultura de la apariencia. El culto a la imagen, al éxito inmediato, a la validación externa ha generado una presión constante por mostrar una versión idealizada de uno mismo. Y ese culto nos ha robado el derecho al error, a la duda, al camino lento pero genuino.


¿Por qué llegamos aquí?


Hay muchas causas:


La tecnología mal gestionada, que más que herramienta se ha vuelto adicción.


La economía de la atención, donde las redes sociales compiten por nuestros segundos, diseñadas para distraernos, no para formarnos.


El sistema educativo, que muchas veces se enfoca más en formar trabajadores que en formar personas críticas.


La cultura del confort, que ha hecho de la incomodidad un enemigo, cuando en realidad el crecimiento nace del esfuerzo y el conflicto interior.



¿Y la autocrítica?


Es cierto que escasea. En parte porque cuesta asumir que hemos sido manipulados, que hemos creído en falsos ídolos, que hemos justificado lo injustificable. Pero también porque nadie nos enseña a ser autocríticos; nos enseñan a defender una postura, no a cuestionarla.


¿Estamos perdidos?


Tal vez, pero no irremediablemente. Lo que yo creo es que el principio del cambio radica en la consciencia. La capacidad de detenerse y pensar, de ver el vacío que nos rodea y preguntarnos si eso es lo que queremos. Y creo, quiero pensar al menos, que cada vez más personas están despertando de ese letargo. Lentamente, pero sucede.


¿Cuál es el reto?


El reto es volver a conectar:


Con la naturaleza, no solo como entorno sino como maestra.


Con los demás, desde la empatía, no desde la imagen.


Con uno mismo, sin miedo al silencio ni al vacío interior.


Con la verdad, aunque incomode.


¿Y el futuro?


Será lo que hagamos de él. Las generaciones futuras quizás nos juzguen, sí. Pero también pueden aprender de nuestros errores si les dejamos las lecciones. Si somos capaces de frenar, mirar atrás, y decir: "Nos equivocamos, pero aquí empieza algo distinto".


Lo contrario a la decadencia no es el progreso técnico. Es el despertar ético. Y todavía no es tarde... o al menos esa es mi ingenua esperanza.


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