Ya no es solo una cuestión de gustos o pasiones. La realidad es que el fútbol ha acaparado tal cuota de poder mediático y político que ha convertido al resto de los deportes en meros fantasmas. Resulta indignante que un entrenamiento del Real Madrid por mucho del Real Madrid que yo sea o el último fichaje de turno se conviertan en noticia nacional, mientras que el triunfo de un equipo de baloncesto en la Euroliga pasa casi desapercibido. Que transcurran los play offs de la ACB y se juegue la final y apenas haya ecos en los medios de comunicación es una muestra flagrante de la crisis de diversidad deportiva que padecemos.
Pero la injusticia va mucho más allá. Tomemos como ejemplo el baloncesto femenino en España (algo que me toca de cerca): lleva años siendo el deporte con más licencias entre mujeres y niñas, con un nivel técnico y físico que supera con creces al fútbol femenino, que aún está dando sus primeros pasos. ¿Y qué cobertura tienen? Casi ninguna. Solo aparece en las noticias cuando ganan una medalla olímpica, y muchas veces ni siquiera nos enteramos de que han ganado un Europeo (están a un paso de lograrlo de nuevo) o han alcanzado la final de un Mundial ¿Hablamos de feminismo?. Mientras tanto, el fútbol femenino, con menos historia y menor desarrollo, recibe una atención mediática desproporcionada y artificialmente inflada.
¿A qué se debe esta disparidad? No es por calidad ni por nivel deportivo, ya que distan mucho de estar al nivel en el que están en otros deportes, ellas no tienen la culpa de nada, solo se benefician en sus posibilidades de las puertas que les abre el negocio del fútbol. Es un claro reflejo de la obsesión de los medios por el balón y la cancha verde, por el marketing de masas que genera más dinero y más seguidores rápidos. Así, hacen programas enteros sobre cualquier gesto banal de Lamine Jamal o su gorra en una rueda de prensa, mientras ignoran los resultados de una jornada de play-offs de baloncesto, una final de fútbol sala o el campeonato europeo de balonmano... por no hablar de los campeonatos de atletismo o natación. ¿Dónde está el equilibrio? ¿Dónde está el respeto por el esfuerzo de miles de deportistas que luchan sin reconocimiento?
Las administraciones públicas tampoco salen bien paradas en esta ecuación. Mientras se lanzan ayudas multimillonarias para rescatar a equipos de fútbol en crisis financiera, los clubes de deportes “menores” sobreviven (sobrevivimos) a duras penas con voluntarios, entrenadores sin sueldo y recursos mínimos. La apuesta institucional es nula o testimonial (aunque en Oliva podemos sentirnos unos privilegiados en comparación a otros muchos sitios, aunque siempre se puede mejorar y habría que redoblar esfuerzos y recursos). Así se condena a una parte enorme del deporte a la invisibilidad, a la precariedad y a la desaparición.
Es urgente romper este círculo vicioso. La pluralidad deportiva no es una opción, es una necesidad para una sociedad saludable, diversa y equitativa. Los medios deben ampliar su mirada más allá del césped y las administraciones deben dejar de dar la espalda a quienes mantienen viva la llama del deporte real, ese que no solo se mide en cifras millonarias sino en pasión, valores y compromiso.
El fútbol no puede seguir fagocitando todo. O apostamos de verdad por el conjunto o veremos cómo otros deportes, como el baloncesto femenino, se extinguen lentamente bajo la sombra de un producto único y monótono.
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