Una: “Que hijos tienes, que suerte”. Otra típica: “Menudas notas han sacado tus niños, que suerte”. Supongo que alguna vez nos habremos topado o escuchado estas afirmaciones, y otras parecidas.
Pero no, educar no es cuestión de suerte. Educar significa ejercer de una forma constante en casa y fuera de ella, una responsabilidad hacia nuestros hijos. Un marcarles el camino para cuando tengan capacidad de decisión, tengan la suficiente confianza para transitar por la vida. Enseñándoles que no todo vale para obtener éxito. Que el éxito es efímero y traidor, igual que la derrota. Y mucho menos cogiendo atajos deshonestos por lograrlo.
Y eso, requiere un enorme sacrificio. No hay recetas mágicas, ni fórmulas misteriosas. Es dedicación. Una lucha.
Y hoy los padres llegan demasiado cansados a casa como para emplearse en el hogar. Y cedemos, y nos equivocamos.
Tener un mínimo de sensibilidad para observar a los pequeños y jóvenes debe ser una constante, aunque canse: cómo están, qué sienten… Al menos, reconocerlo para intentar poner los medios necesarios.
Para mi, educar es el equilibrio entre firmeza y cariño. Un niño educado solamente en el cariño, lo hacemos vulnerable, frágil y caprichoso. Un niño educado solo en la firmeza más estricta, lo hacemos distante e incapaz de escribir una nota de agradecimiento. La teoría de los opuestos: tirar y aflojar, una búsqueda del equilibrio deseado. Y en esa tensión, siempre vence el amor. Nada fácil.
En definitiva, educar es humanizar.
El colegio es un complemento a esa educación, muy importante, fundamental, pero complemento al fin y al cabo, porque la principal tarea está en casa.
Hoy en día, debido a las obligaciones laborales de los padres, se ha delegado en los profesores no solo la educación, sino también, y en muchas ocasiones hasta el cariño. Y a los profesores no se les prepara para ello, eso queda para la cosecha de cada uno. Los profesores enseñan sus materias, y a comportarse en un aula en convivencia desde el respeto y la tolerancia.
Recuerdo siendo niño, recién fallecido Franco, año 1975, nos llegó un profesor a clase diciéndonos que le llamáramos Manolo, y lo tratáramos de tu. Aquello nos hacía mucha gracia, parecía como un avance de libertad. Tratarnos de colegas entre el profesor y el alumno, algo inaudito entonces. Pero claro, sin ninguna madurez, ni conocimiento.
¡Qué error confundir la libertad con el respeto!. El respeto no lo da solamente un “Don” o un “usted”, que tan bien. El respeto lo da un comportamiento correcto.
Esta confusión generada en aquel momento fue el principio de erosión de la autoridad del profesor que hoy padecemos. Una autoridad que ahora se debate, y que nunca debió perderse.
Pero hay tiempo para rectificar.
Los niños tienen la mente preparada para asimilar palabras, gestos y actitudes que vamos depositando en ellos. Siento que el problema de educación está más en los padres que en los niños.
Mejorar la educación de los pequeños pasa porque mejoremos la nuestra, la de los mayores.
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