viernes, 6 de junio de 2025

Mis cuatro mosqueteras

 


Chicas… si cierro los ojos, aún os veo pequeñas, corriendo por la cancha, con esa mezcla de ilusión, nervios y energía que solo se tiene cuando se empieza algo que, sin saberlo, va a marcar tu vida...


Hoy, en este umbral simbólico que es una graduación, no puedo evitar mirar atrás con emoción. Frente a mí no solo veo a cuatro chicas jóvenes que culminan una etapa; veo a cuatro almas entrelazadas por el baloncesto, la amistad y el tiempo compartido. Cuatro mosqueteras, como las llamo yo, porque donde iba una, allí estaban las otras. Siempre juntas. Siempre unidas, incluso en los cabreos y enfados.


Las primeras en llegar fueron Mar y Carla Parra, hijas de un jugador y entrenador con historia en el CB Oliva. El baloncesto no era solo un deporte en su casa, era casi un idioma, un pulso cotidiano. Y así, casi inevitablemente, se dejaron atrapar por la magia de la cancha, aunque hubo alguna reticencia pero es que estaban condenadas a acabar en este mundo. Más tarde se unió Blanca Navarro, hermana de Marta, una jugadora de aquella inolvidable generación del 84. El legado corría por su sangre, y ella no hizo sino honrarlo. Y entonces irrumpió Diana Gavrila, un relámpago hecho persona, una fuerza indomable que corría más rápido que el viento y que conquistó la pista con cada paso.


Las cuatro, nacidas en 2007, se reconocieron desde el principio. Se eligieron. Y desde entonces formaron una hermandad que ni el tiempo ni las adversidades han logrado quebrar. Entre discusiones y carcajadas, entre lágrimas y celebraciones, tejieron algo que va más allá de la amistad: un lazo invulnerable, una alianza de corazones.


Yo he tenido el privilegio de observarlas en su tránsito. Las vi llegar siendo niñas, pequeñas y llenas de sueños, y hoy las contemplo convertidas en mujeres jóvenes, fuertes, conscientes de sí mismas. Han vivido el júbilo de la victoria y la crudeza de la derrota. Han conocido la belleza del juego, pero también sus espinas. Y siempre, siempre, han estado las unas para las otras.


Y si me permitís, hoy también os confieso algo que guardo en el corazón: me he quedado con las ganas de haber sido algunos años más vuestro entrenador. Las circunstancias, como tantas veces ocurre en la vida, no lo permitieron. Pero aunque no estuve siempre en el banquillo, estuve con vosotras. Os seguí de cerca, celebré vuestros logros, sufrí con vuestras derrotas, y disfruté profundamente de esos días que quedábamos antes de entrenar en el parque para comer helados de fresa, de esos almuerzos compartidos, cenas improvisadas, rutas en las que el camino era lo de menos, y esas conversaciones que nacen de lo simple y acaban siendo inolvidables.


No siempre coincidimos, es cierto, pero siempre nos hemos encontrado. Incluso en el enfado, incluso en la discusión y el enfrentamiento, siempre hubo cariño. Un cariño que no ha hecho más que crecer con los años, porque está hecho de respeto, de memoria y de afecto sincero.


Hoy se gradúan, sí. Pero más allá de un diploma o una categoría deportiva, lo que verdaderamente celebramos es el milagro de su unión. Han construido algo que no se entrena, no se enseña, no se impone: se elige. Se han escogido las unas a las otras, libremente, con el corazón abierto. Y eso, chicas, es un tesoro.


No sé dónde os llevará la vida. No sé qué caminos recorreréis, qué sueños perseguiréis ni qué batallas enfrentaréis. Pero sí sé que nunca estaréis solas. Porque os tenéis. Porque os habéis hecho familia, no de sangre, sino de alma.


Tenéis suerte. Mucha suerte.


Y yo tengo la fortuna de haber sido testigo de vuestra historia. Aunque a ratos desde la distancia, siempre con el corazón cerca.













3 comentarios:

  1. Enhorabona, esperem que torneu a les pistes l'any que ve😃

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  2. Que bonitoooooooooo❤️ Felicidades

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  3. 👏👏👏👏👏👏👏 guapas

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