El CB Oliva recibía en su cancha al Gandia Básquet, uno de los grandes favoritos al título liguero. Dos equipos con solo una derrota en su casillero, ambos con bajas importantes, ambos conscientes de que el partido era algo más que una jornada más del calendario. Era el Derby de la Safor, los Gandia-Oliva siempre son algo más. Era una prueba de carácter, de fe y de identidad.
Las de Oliva llegabamos en una clara línea ascendente. Tras un inicio de temporada marcado por dudas, problemas y convocatorias cogidas con alfileres, el equipo comenzaba a reencontrarse consigo mismo. Jugadoras importantes regresaban, la confianza crecía y, poco a poco, empieza a nacer un equipo de verdad. Joven, muy joven —siete jugadoras menores de 20 años, algunas sin llegar aún a los 17—, pero con una convicción firme: el camino es el correcto. No sabemos dónde acabará el equipo en la clasificación, pero sí sabemos hacia dónde camina. Y eso, a veces, es lo más importante.
Desde la grada se percibía algo especial. No era una grada pasiva: animaba, sufría, empujaba, creía. Las pulsaciones iban subiendo incluso antes del salto inicial. Allí había gente que no solo miraba baloncesto, lo sentía.
El partido arrancó con un quinteto poco habitual, buscando energía en la presión, pero también experiencia para pensar cada ataque y sostener la defensa posicional. La apuesta funcionó. El encuentro se estrenó con un triple de Miriam que hizo estallar la grada. Aroa y Àngels castigaron en transición y el marcador reflejaba un ilusionante 7-2. Gandia respondió, como corresponde a un gran equipo, pero una canasta de Itziar y dos triples de Sandra permitían mantener la ventaja (15-10). El primer periodo se cerró con dos tiros libres de Miriam para el 17-12. Once jugadoras trabajando como una sola, una defensa solidaria y una grada entregada que celebraba cada esfuerzo como una canasta más.
Pero el baloncesto no concede treguas. El inicio del segundo cuarto fue un golpe durísimo. Gandia subió el nivel defensivo, nos vimso superadas y empezamos a perder balones, los espacios desaparecieron y el rival castigó cada error con contraataques y ataques bien elaborados. Además, el rebote se convirtió en un suplicio: segundas y terceras oportunidades que parecían interminables. De pronto, el 17-12 se transformó en un 17-28 tras un demoledor parcial de 0-16 en apenas seis minutos. En la grada, el silencio era de preocupación… pero no de rendición, la energía de nuestras jugadoras hacían pensar que el equipo se levantaría de la lona. Dos tiros libres de Eivile cortaron la sangría. Y entonces llegó la reacción, nacida más del corazón que de la pizarra. Una canasta de Sandra, un triple de Lea y cuatro puntos de Eivile —los últimos tras una asistencia magistral de Diana en una gran transición— devolvieron la esperanza. Al descanso, el marcador señalaba un 28-33. El partido seguía vivo. El equipo había sobrevivido a su momento más crítico. Y la grada lo sabía: aquel grupo no se iba a caer, se podría perder pero se iba a luchar hasta el final.
El tercer periodo comenzó como un rugido. Parcial de 10-0. Defensa intensa, ataques con sentido, energía desbordante. El marcador se giraba hasta el 38-33 y la afición se levantaba de sus asientos, empujando cada posesión. Gandia reaccionó y el partido entró en un intercambio constante hasta llegar al final del cuarto con un 39-39 que dejaba todo para el último asalto. Quizá hubo opciones de abrir brecha, pero nadie se lamentaba: minutos antes, ese escenario habría sido un regalo.
El último cuarto fue una montaña rusa de emociones. Gandia golpeó primero (39-42), pero Oliva respondió con personalidad: tiros libres de Lea y Atou, y un triple de Miriam que hizo temblar la grada (45-42). El partido era puro nervio. Entonces apareció Atou. Silenciosa durante muchos minutos donde había defendido a un gran nivel, acechando, esperando su momento. Seis puntos consecutivos de nuestra pantera silenciosa lanzaron al equipo hasta el 51-44. La grada rugía, sufría, creía. Blanca sumó una canasta clave y un tiro libre de Eivile estiró la renta hasta el 54-44 a falta de minuto y medio. Parecía decidido… pero nadie respiraba tranquilo, porque en baloncesto nunca hay nada decidido hasta que se acaba y menos en estos partidos.
La precipitación dio vida a Gandia. Pérdidas evitables, decisiones apresuradas y un parcial de 0-5 que encogió corazones. La tensión era máxima. Entonces, Leyre anotó una canasta vital y el equipo se atrincheró atrás, defendiendo cada balón con el cuchillo entre los dientes. La grada empujó como si estuviera en la pista. Y ahí, entre nervios, sudor y orgullo, se cerró una victoria tan importante como merecida.
Una victoria inesperada para algunos, pero profundamente significativa para quienes creen en el proceso, un barco donde hay cada vez mñas tripulantes. Reflejo de una progresión real, de un grupo que aprende, que caerá otras veces, que perderá partidos, pero que nunca dejará de competir. Hoy se ganó a un gran rival, un equipo que estará arriba al final de la temporada. Y se hizo desde la entrega colectiva, la fe y el apoyo incondicional de una afición que vivió cada segundo como propio.
Este partido debe servir para creer. En el trabajo, en el equipo, en el potencial que hay dentro. Porque cuando un grupo joven cree, cuando una grada empuja y cuando el esfuerzo es innegociable, el futuro deja de ser una promesa y empieza a parecer una realidad.

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