Gorg
el gigante vivía desde hacía siglos en la Cueva de la Ira. Los gigantes eran
seres pacíficos y solitarios hasta que el rey Cío el Terrible les acusó de
arruinar las cosechas y ordenó la gran caza de gigantes. Sólo Gorg había
sobrevivido, y desde entonces se había convertido en el más feroz de los seres
que habían existido nunca; resultaba totalmente invencible y había acabado con
cuantos habían tratado de adentrarse en su cueva, sin importar lo valientes o poderosos
que fueran.
Muchos
reyes posteriores, avergonzados por las acciones de Cío, habían tratado de
sellar la paz con Gorg, pero todo había sido en vano, pues su furia y su ira le
llevaban a acabar con cuantos humanos veía, sin siquiera escucharles. Y aunque
los reyes dejaron tranquilo al gigante, no disminuyó su odio a los humanos,
pues muchos aventureros y guerreros llegaban de todas partes tratando de
hacerse con el fabuloso tesoro que guardaba la cueva en su interior.
Sin
embargo, un día la joven princesa fue mordida por una serpiente de los
pantanos, cuyo antídoto tenía una elaboración secreta que sólo los gigantes
conocían, así que el rey se vio obligado a suplicar al gigante su ayuda. Envió
a sus mejores guerreros y a sus más valientes caballeros con la promesa de
casarse con la princesa, pero ni sus mágicos escudos, ni las más poderosas
armas, ni las más brillantes armaduras pudieron nada contra la furia del
gigante. Finalmente el rey suplicó ayuda a todo el reino: con la promesa de
casarse con la princesa, y con la ayuda de los grandes magos, cualquier
valiente podía acercarse a la entrada de la cueva, pedir la protección de algún
conjuro, y tratar de conseguir la ayuda del gigante.
Muchos
lo intentaron armados de mil distintas maneras, protegidos por los más
formidables conjuros, desde la Fuerza Prodigiosa a la Invisibilidad, pero todos
sucumbieron. Finalmente, un joven músico apareció en la cueva armado sólo con
un arpa, haciendo su petición a los magos: "quiero convertirme en una
bella flor y tener la voz de un ángel".
Así
apareció en el umbral de la cueva una flor de increíble belleza, entonando una
preciosa melodía al son del arpa. Al oír tan bella música, tan alejada de las
armas y guerreros a que estaba acostumbrado, la ira del gigante fue disminuyendo.
La flor siguió cantando mientras se acercaba al gigante, quien terminó
tomándola en su mano para escucharla mejor. Y la canción se fue tornando en la
historia de una joven princesa a punto de morir, a quien sólo un gigante de
buen corazón podría salvar. El gigante, conmovido, escuchaba con emoción, y
tanta era su calma y su tranquilidad, que finalmente la flor pudo dejar de
cantar, y con voz suave contó la verdadera historia, la necesidad que tenía la
princesa de la ayuda del gigante, y los deseos del rey de conseguir una paz
justa y durarera.
El
gigante, cansado de tantas luchas, viendo que era verdad lo que escuchaba,
abandonó su cueva y su ira para curar a la princesa. Y el joven músico, quien
además de domar la ira del gigante, conquistó el corazón de la princesa y de
todo el reino, se convirtió en el mejor de los reyes.
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