viernes, 20 de junio de 2025

Mucho más que ganar: el verdadero valor de crecer en equipo

 Padres, madres… hay algo que muchas veces olvidamos cuando vemos a nuestros hijos jugar, competir, sudar en una cancha de baloncesto. Y es que no están solo jugando para ganar. Están aprendiendo a vivir.



Sí, claro que nos emocionamos con los puntos, con las victorias, con los trofeos. Pero la verdadera magia no está en el marcador. Está en lo que ocurre entre pase y pase, entre caída y caída, entre aplauso y aplauso. Porque ganar no lo es todo. Lo verdaderamente importante es formar parte de un equipo. Un equipo enseña a ceder, a escuchar, a confiar. Enseña a compartir el balón, pero también a compartir frustraciones, alegrías, silencios, miradas cómplices. Enseña que no siempre se es protagonista, pero sí siempre responsable. Enseña que el éxito real se construye juntos.


La cancha como escuela de vida: ahí dentro, en ese rectángulo, vuestros hijos están aprendiendo a caerse y levantarse. A perder sin rendirse. A ganar sin humillar. A esforzarse sin garantías, a respetar al rival y, sobre todo, a valorar al compañero.

Porque hay algo que ningún entrenador puede entrenar y ningún resultado puede medir: el carácter. Y el carácter no se forma en la victoria fácil, sino en la derrota dura. En el banquillo, esperando su turno para entrar a pista cuando el equipo lo necesite. En la bronca del entrenador ante un error repetido. En la mano tendida al que falló. En el abrazo al que metió el triple decisivo, aunque tú no hayas jugado ni un minuto. No hay medalla ni trofeo que valga más que un buen compañero. En el baloncesto, como en la vida, lo importante no es solo llegar lejos, sino con quién lo haces y cómo lo haces.


Es fácil estar en los buenos momentos. Cualquiera sabe aplaudir cuando hay alegría. Pero es en la adversidad donde se ve la verdadera fortaleza de un niño. O mejor dicho, de una persona. Y el baloncesto, bien vivido, forja personas de verdad. Lo que se llevan no es una copa, es una forma de ser. Porque cuando todo esto acabe, cuando los aros ya no importen y los balones queden en un rincón olvidados en la memoria… lo que quedará no será el número de partidos ganados. Quedará la amistad. Quedará el compañerismo. Quedará la humildad, la resiliencia, el respeto, el amor por el esfuerzo. Quedará la huella invisible que deja haber formado parte de algo más grande que uno mismo.

Así que no tengamos prisa. No midamos todo en puntos. No pensemos solo en destacar. Porque si vuestros hijos aprenden a ser parte de un equipo, a dar antes que recibir, a estar en la tormenta sin huir… entonces habrán ganado. Aunque el marcador diga lo contrario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario