Artículo de Guillermo García Arroyo en Marca (25 abril 2013):
La NBA ha hecho justicia y ha dejado de lado la frialdad de los números para dejarse guiar por aquello que los expertos un día llamaron 'intangibles' a la hora de elegir al Mejor Defensor del Año. Marc no aparece en el top 10 de taponadores, apenas coge 5,5 rebotes defensivos por partido y se encuentra en el puesto número 37 en una clasificación que mide el porcentaje de sus rivales cuando el pívot de Sant Boi defiende el aro.
Los argumentos que le han valido el premio al mediano de los Gasol van más allá de la estadística. Marc siempre trabaja economizando sus movimientos en defensa, sin perder el contacto con su par y ayudado a sus compañeros donde es más necesario. Su premio es un galardón a la inteligencia posicional, que le hace estar siempre en el lugar y en el momento adecuado, actuando siempre un paso por delante de su rival.
La nominación de Marc es el premio a una temporada en la que ha terminado por rendir (si es que quedaba alguien) al mundo NBA a sus pies. Un galardón que le sitúa a la altura de dos grandes leyendas del baloncesto estadounidense, como Hakeem Olajuwon y Dikembe Mutombo, los dos únicos jugadores no nacidos en Estados Unidos que habían ganado este premio y a los que ahora se une el pívot español.
De Olajuwon ya contamos su historia en este blog cuando 'El Sueño' cumplió 50 años, así que ahora, con motivo del reconocimiento a Marc, es de justicia recordar la imponente figura de otro gigante africano que marcó una época en la NBA. Un muro levantado para defender al mundo del agresor foráneo. Una montaña contra la que se pegaban una y otra vez los anotadores más feroces del baloncesto mundial. Dikembe Mutombo Mpolondo Mukamba Jean Jacque Wamutombo. Más conocido como Dikembe Mutombo.
Deke, como pasó a ser conocido en el mundo de la canasta, nació en Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo (antiguo Zaire), en el seno de una familia de clase media. Hijo de un director de colegio y de una profesora, Biamba Dikembe, el joven Mutombo creció bajo una estricta educación religiosa impuesta por su madre y como uno de los estudiantes más brillantes de la ciudad, fruto del trabajo de su progenitor, que contemplaba el deporte como el vehículo más apropiado para completar su formación.
Sin embargo, el deporte de la canasta no estaba entre los favoritos del joven Dikembe, que prefería el fútbol para pasar el rato con sus amigos. "Sabía lo que era la NBA", declaró años más tarde el jugador africano. "Sabía lo que era el baloncesto desde niño debido a mi altura, pero no quería jugar al baloncesto".
Dikembe, junto a sus otros ocho hermanos, alcanzó la adolescencia y con ella llegaron los dos metros de altura. Pero él, al contrario que el resto de su familia, siguió creciendo sin dar signos de detenerse hasta tocar ese sol que castigaba con justicia las calles de Kinshasa. Sin embargo, la altura no le hizo cambiar de parecer con respecto al deporte de la canasta, del que se mantuvo alejado para seguir con el fútbol y probar suerte con el atletismo y las artes marciales.
Fue al cumplir los 18 cuando todo cambió para Dikembe. Sus padres, conscientes de sus posibilidades, le obligaron a coger un balón de baloncesto entre sus gigantescas manos y le mandaron a practicar a una cancha cercana. "Yo no quería jugar al baloncesto, no me gustaba. Pensaba que era demasiado físico. Al final mis padres me obligaron a jugar y eso es por lo que siempre les estaré agradecido", confesó Mutombo al poco tiempo de alcanzar la NBA.
Su primera tentativa con la canasta no fue, precisamente, conciliadora. A regañadientes, aceptó acompañar a su padre y a su hermano Ilo a una cancha cercana. Cuando le tocó el turno de entrar a canasta, Mutombo cogió impulso, pero justo en el momento de iniciar el salto resbaló dando de bruces contra la arena. Un golpe que le dejó una marca en la barbilla que aún hoy le acompaña.
Decidido a dejar el baloncesto para siempre, se enfrentó a sus padres y a su hermano mayor en una acalorada discusión que terminó con el cabeza de familia imponiendo sus galones y con Dikembe obedeciendo a su padre, cuando a la mañana siguiente tuvo que volver a la cancha. Esta vez sin accidentes ni caídas. Y así un día tras otro hasta dejar que aquel esférico anaranjado y aquél tablero de contrachapado le conquistasen.
Poco después su tamaño, su fuerza y una extraña coordinación a la hora de saltar, le llevaron a la selección nacional de Zaire con apenas 19 años. Una oportunidad que no dejó escapar para hacerse ver entre los cientos de ojeadores estadounidenses que viajan hasta el corazón de África en busca del último diamante en bruto, de la última joya por descubrir.
Tras varios partidos con el equipo nacional, Mutombo comenzó a recibir cartas y llamadas de reclutadores universitarios que le ofrecían la posibilidad de jugar en Estados Unidos. Sin embargo, hubo un hombre que fue un paso más allá a la hora de vislumbrar el futuro de aquel joven que superaba los 2,15 y que, aunque no tenía experiencia, ya dominaba en la cancha a jugadores más mayores que él.
El embajador estadounidense en Zaire, Herman Henning, era un gran aficionado al baloncesto y su único consuelo, más allá de los partidos por televisión, era la modesta selección de Zaire y sus compromisos internacionales. Dos partidos bastaron a Henning para saber que a Mutombo aquellas canchas de polvo y arena se le quedaban ya pequeñas. El diplomático se puso en contacto con la familia y le habló de la posibilidad de ir a la Universidad de Georgetown bajo la tutela de John Thompson, entrenador de los 'Hoyas' y gran gurú de los jugadores interiores universitarios. Henning, además, no olvidó mencionar el prestigio académico del centro, lo que terminó por convencer al joven Dikembe, que en aquella época soñaba más con la medicina que con el baloncesto.
Así que a finales de agosto de 1987, Dikembe se encontró encajonado en el asiento de un avión rumbo a Georgetown, que le había ofrecido una beca completa para cursar sus estudios de medicina y jugar al baloncesto. A su lado, su hermano Ilo, que también iba a comenzar su aventura americana, aunque en la Universidad de Southern Indiana.
Mutombo llegó al campus de Georgetown y comenzó su particular Odisea. No sabía ni una sola palabra de inglés, lo que dificultaba su aprendizaje, el entrenador Thompson dijo nada más verle que estaba muy verde y que tendría que trabajar en solitario hasta mejorar y para colmo, a uno de sus hermanos que se habían quedado en Zaire le habían diagnosticado un tumor cerebral mortal.
Palos, palos y más palos que habrían acabado con la moral de cualquiera. Pero no con la de un guerrero africano como él. No con la de un joven que se sabía la gran esperanza de su familia. Dikembe hizo de tripas corazón y guardó el miedo en la maleta. Dio clases intensivas de inglés (seis horas diarias con un tutor particular además de las clases) y comenzó a trabajar en solitario bajo la supervisión de Thompson. Era su vía de escape a todo lo que estaba pasando.
El fruto a su trabajo se hizo esperar. En su segunda temporada con los Hoyas, Mutombo apenas dispuso de minutos, aunque empezó a formar parte de un equipo gobernado por un recién llegado, Alonzo Mourning. Thompson se guardaba su arma secreta para más adelante, aunque quería que fuera entrando en la dinámica para que viera de primera mano lo que de verdad era el baloncesto de competición.
Apenas tuvo minutos en su primera temporada completa con sus compañeros, pero desde el primer encuentro dejó claro cuál era una de sus especialidades. Terminó su partido de debut con 12 tapones, nueve de los cuales fueron a parar a la grada. A partir de ese momento, la primera fila de uno de los fondos del pabellón de Georgetown pasó a ser conocida como 'Fila del tapón', en claro homenaje a Mutombo.
Fue en su tercer año como jugador de los Hoyas cuando el pívot descubrió que había nacido para jugar al baloncesto y que podía dedicarse profesionalmente a ello. Aunque necesitó un poco de ayuda para acabar de creérselo.
John Thompson llamó a un viejo amigo y rival para que convenciese al joven Dikembe de que la cancha tenía que ser su hábitat natural. Tras un entrenamiento, Mutombo acudió al despacho del entrenador y se encontró con una leyenda de la canasta, Bill Russell. El ex jugador de los Celtics se encerró con el africano en el despacho y tras cinco días de intensas charlas, convenció al gigante de sus infinitas posibilidades.
"¿Quién sabe más de baloncesto que Bill Russell? Ganó 11 anillos de la NBA. Tiene que pedirle a Dios que le dé un dedo más para todos sus anillos", afirmaba entre risas días antes del draft. "Me dijo que podía hacerlo. Me convenció de que podía jugar".
A partir de ese momento, el impacto del gigante africano creció de manera inimaginable, formando una de las mejores parejas interiores universitarias junto a Mourning. En 1991 se graduó (había cambiado la medicina por la lingüística y la diplomacia) y cerró su periplo universitario con números modestos (9,9 puntos; 8,3 rebotes y 3,7 tapones), pero con la sensación de que lo mejor estaba por llegar.
Una sensación que también compartían en Denver. Los Nuggets apostaron por aquel espigado gigante de brazos interminables y escogieron su nombre en la cuarta posición del draft, sólo por detrás de Larry Johnson, Kenny Anderson y Billy Owens.
El sueño acababa de empezar y Mutombo hizo justicia con aquellas personas que habían iniciado ese proceso: sus padres. El pívot les pagó un vuelo desde Kinshasa hasta Nueva York para que le acompañasen durante la ceremonia del draft y cuando David Stern pronunció su nombre no pudo contener las lagrimas y se fundió en un emocionado abrazo con ellos. "Ahora les voy a ver mucho más", aseguró tras la ceremonia, pensando en que el sueldo como profesional le permitiría llevarse a su familia a Estados Unidos.
Los Nuggets no se equivocaron en su elección y Mutombo pronto comenzó a mostrar todo el potencial que tenía, superando incluso las expectativas generadas por el cuerpo técnico de la franquicia de Colorado.
Desde su temporada como novato, Dikembe dejó claras sus intenciones ("Quiero que mi nombre sea conocido", declaró antes de la temporada) y demostró que ni Thompson ni Russell se habían confundido con aquel diamante en bruto.
En su primera temporada con los Nuggets, el jugador africano terminó tercero en la clasificación de reboteadores con 12,3 por partido, además de liderar a los Nuggets en 19 encuentros y terminar con una media de 16,6 puntos. Pero donde, de verdad, Mutombo dejó su impronta fue a la hora de defender su aro, convirtiéndose en uno de los mejores taponadores de la Liga (2,96 de media) con su famoso 'No en mi casa' (movimiento negativo que hacía con el dedo después de cada tapón) como sello.
El impacto mediático tampoco se hizo esperar y apenas tres meses después de hacer su entrada en la Liga era seleccionado para jugar su primer 'All Star'. Fue el único novato que se coló en la clase de los mayores, anotando cuatro puntos como pívot reserva en el Oeste. Sólo sería la primera de sus ocho incursiones en el partido de las estrellas.
Tras su primera temporada, Mutombo decidió pasar las vacaciones de verano entrenando en solitario y al llegar al campus de pretemporada, dejó a todos boquiabiertos con la evolución en su juego. Un trabajo que pronto encontró recompensa al convertirse en el líder de los Nuggets tanto en defensa, como en ataque.
En su segunda campaña en Colorado logró echarse el equipo a sus espaldas (consiguió su récord taponador con 12 'chapas' ante los Clippers), pero no fue capaz de llevar a los Nuggets hasta los 'playoffs', dejando un sabor amargo en su boca que no quiso volver a experimentar.
Nuevamente dedicó el verano a seguir trabajando en su juego y cuando volvió a los Nuggets se había convertido en una máquina perfectamente engrasada y dispuesta a todo con tal de llevar a su equipo a la victoria.
Denver terminó la temporada consiguiendo 'in extremis0 la octava posición en el Oeste. Mutombo había logrado alcanzar los 'playoffs', aunque le tocaría bailar con la más fea: los imparables Supersonics de Payton y Kemp. Ni los más osados apostantes se la jugaban por Mutombo y compañía.
Y en un principio no se equivocaron. El equipo de Seattle, entonces entrenado por George Karl, puso el 2-0 a su favor y transmitía la sensación de estar dispuesto a barrer a los Nuggets. Sin embargo, aquello no hizo sino encorajinar a Mutombo que desde su propio aro lideró la remontada de los de Colorado hasta convertirse en el primer equipo en la historia en clasificarse octavo de su conferencia y ser capaz de eliminar al primero. Una serie que terminó con el gigante africano por los suelos abrazado al balón y gritando, exultante de emoción, en una instantánea imborrable.
Los Nuggets estuvieron a punto de repetir la gesta en la siguiente eliminatoria ante los Jazz de Malone y Stockton. Los de Dan Issel se quedaron en la orilla tras remontar un 3-0 en contra y perdiendo en el séptimo partido en Salt Lake City. La temporada de Mutombo terminaba con el reconocimiento general de la Liga hacia un jugador capaz de ganar los partidos desde su propio aro y que cerraba la campaña con el primero de sus tres títulos consecutivos al mejor taponador de la Liga. Algo que nunca nadie ha vuelto a lograr.
En su siguiente campaña Dikembe volvió a aumentar sus prestaciones hasta convertirse también en el máximo reboteador de la NBA. Consiguió el primero de sus cuatro títulos al Mejor Defensor del Año, participó en su segundo 'All Star' y volvió a ser el mejor taponador de toda la Liga. Sin embargo, su aportación no fue suficiente para evitar que los Spurs les barrieran en primera ronda de 'playoffs' ni tampoco para convencer a los Nuggets de su renovación una temporada más tarde.
El 15 de julio de 1996 Mutombo hacía las maletas y ponía rumbo a Georgia para enrolarse en las filas de los Hawks. Firmó un contrato de 50 millones de dólares por cinco años, que enseguida comenzó a amortizar con su segundo título al mejor defensor de la Liga y metiendo a los de Atlanta en los 'playoffs' como el cuarto mejor equipo del Este, antes de caer en semifinales de conferencia ante los Bulls de un tal Michael Jordan.
Ese fue su sino en los Hawks, grandes actuaciones individuales, pero sin la posibilidad de competir por el anillo. Hasta que en febrero de 2001 los Sixers apostaron por él para hacer frente a las torres del Oeste en una hipotética final. Dikembe volvió a responder como de él se esperaba, conquistó el trofeo al Mejor Defensor del Año y junto a Iverson llevó a los de Philadelphia a una final en la que no tuvieron oportunidad alguna ante los Lakers de Shaq, Kobe y Phil Jackson.
Mutombo repitió presencia dos años más tarde en las Finales, aunque esta vez en las filas de los Nets, que le contrataron como especialista defensivo. Sin embargo, Dikembe pasó gran parte de la temporada lesionado y no aportó todo lo que se esperaba de él. En las Finales volvió a encontrarse con su némesis particular, Shaquille O'Neal, que volvió a dejarle sin anillo.
Parecía el ocaso de la carrera de Mutombo, que más tarde sería traspasado a los Knicks, posteriormente a Chicago (donde no jugaría un solo minuto) y por último a los Rockets, donde todo apuntaba al final de su carrera.
Y así fue. Dikembe terminó su vida deportiva en Houston, pero no como todo hacía indicar en sus últimas temporadas. El guión estaba escrito para que Mutombo colgase las botas tras una temporada en Tejas. Sin embargo, su papel de secundario de lujo y de maestro del joven Yao Ming, le valieron para alargar su carrera cinco temporadas más.
Su periplo en los Rockets le valió para superar a Kareem Abdul-Jabbar como segundo máximo taponador histórico de la Liga y para convertirse en el cuarto jugador con más edad en jugar un partido NBA con 42 años y 300 días. Sin embargo, su sueño llegó a su fin de la forma más inesperada y cruel. En el segundo cuarto del segundo partido de segunda ronda de playoffs de 2009, Mutombo chocaba con Greg Oden y caía al suelo con la rodilla destrozada. El gigante africano se retiraba entre lágrimas, postrado en una camilla, consciente de haber jugado por última vez a ese deporte que tanto maldecía de niño. El propio Mutombo confirmaba su adiós minutos después en el vestuario.
Era la despedida de un coloso en las zonas, de un jugador que hizo del tapón su firma y de su ética de trabajo su motor vital. De un diamante pulido a base de entrenamientos y que terminó convirtiéndose en una referencia en la NBA. Quizás no como él esperaba ("Quiero llegar al nivel de Ewing, Olajuwon, Russell o Jabbar"), pero si no lo logró, al menos quedó muy cerca de sus estrellas.
Pero si su influencia en la cancha había quedado fuera de toda duda, fue lejos de las canastas donde Mutombo dio su verdadera dimensión. Dikembe nunca olvidó sus orígenes. "El dinero que gano con el baloncesto puede ayudar a mi familia y amigos. En la sociedad africana si tienes éxito es por tu familia, por eso, no puedo parar de ayudar a la gente que me ayudó cuando estaba empezando", fue su declaración de intenciones nada más aterrizar en Denver.
Dicho y hecho. Primero comenzó ayudando a sus padres y a sus ocho hermanos, a los que se llevó a vivir con él. Fue el primer paso. Más tarde, en 1997, creo la Fundación Dikembe Mutombo, con la que quería ayudar a erradicar enfermedades infantiles en su país natal, así como para luchar contra el SIDA en todo África. Para cumplir su misión construyó un hospital en Kinshasa, bautizado con el nombre de su madre, destinado a ayudar a su pueblo y para el que donó más de 15 millones de dólares.
Ese es el verdadero Dikembe Mutombo y esta es su historia, la de un muro que se levantó para defender no sólo su aro, sino el mundo de cualquier ataque. 'No en su casa'.