Nos dijeron que evolucionar era avanzar. Que estar más conectados, más informados, más visibles, más “eficientes”, era sinónimo de progreso. Nos vendieron el mito del mundo moderno como si fuera un paraíso digital y social, cuando en realidad hemos edificado una jaula de cristal, pulida, brillante… pero jaula al fin.
Hoy no somos más libres. Somos más observados, más condicionados, más manipulables. No tomamos decisiones: reaccionamos. No vivimos: nos adaptamos.
Estamos atrapados en una estructura que premia la apariencia por encima de la esencia. Una sociedad donde lo que importa no es lo que sientes, sino cómo te ven. Donde lo verdadero se calla si incomoda, y lo falso se viraliza si agrada. Nos están robando el alma a cambio de likes, de aceptación vacía, de pertenencia sin sentido. Y lo peor es que nos parece normal. Nos hemos convertido en ciudadanos obedientes de un sistema que no hemos elegido conscientemente. Vestimos como dicta la moda, opinamos como marca la tendencia, mostramos una sonrisa aunque nos estemos rompiendo por dentro. Porque hemos aprendido que ser auténticos tiene consecuencias. Que ser uno mismo implica pagar un precio. Y a veces, ese precio es el aislamiento.
Pero aquí está la verdad incómoda: si tenemos miedo de ser libres, ya no somos humanos. Somos productos.
Y lo más trágico: nosotros mismos elegimos seguir siéndolo.
El enemigo es el sistema: No es el otro. No es tu vecino. No es la persona que piensa distinto. Es el sistema que hemos permitido que crezca, que se alimente de nuestras inseguridades, que nos entrene para ser obedientes sin cadenas. Un sistema que hace de la superficialidad una virtud, del consumo una identidad, de la dependencia una forma de vida. Y ese sistema no va a cambiar solo. No va a autodestruirse.
Somos nosotros quienes debemos decidir: ¿vamos a seguir siendo engranajes bien educados? ¿O vamos a romper el motor desde adentro?
El nuevo mundo no está lejos. Está en ti. Porque no todo está perdido. A pesar del ruido, todavía hay quienes resisten. Todavía hay quienes se atreven a poner su propia música, a decir la verdad aunque duela, a vivir como piensan, no como les dicen que piensen. Y eso —eso que parece pequeño— es el inicio del nuevo mundo. Un mundo más humano, donde la autenticidad sea valor, no rareza. Donde la libertad no se negocie por aceptación. Donde podamos ser sin permiso, sin máscaras, sin miedo. Un mundo donde no tengamos que huir a una isla desierta para ser nosotros mismos.
Ese mundo no es una utopía. Es una posibilidad.
Y empieza contigo. Empieza conmigo. Empieza con cada uno que decida dejar de obedecer.
Es tiempo de rebelión. De conciencia. De despertar. Porque evolucionar no basta. Hay que mejorar. Y para mejorar, hay que derribar lo que nos impide ser.
El momento es ahora.
No pidas permiso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario