Artículo de Guillermo García Arroyo en Marca (21-enero-2013)
Hace 50 años nacía en Lagos, Nigeria, un niño llamado a tocar la gloria con sus grandes manos y a escribir una página de leyenda en la NBA. Nadie podía pensar siquiera que en la capital africana se estaba criando uno de los mayores talentos que haya visto este deporte, ya que en aquella época todo lo que saliera del Hemisferio Norte no podía estar relacionado con el mundo de la canasta.
Y en un principio no iba a ser así. Akeem, como se llamaba entonces, Olajuwon creció bajo el peso del cemento, el negocio familiar que sus padres regentaban en la urbe nigeriana. El joven Akeem, perteneciente a los yoruba, pronto empezó a sobresalir entre sus vecinos y amigos. Su altura empezaba a llamar la atención de propios y extraños.
Sin embargo, en un primer momento, el balón naranja no aparecía ni en sus sueños. Sus objetos preferidos eran otro balón y unos guantes de portero. Su enorme envergadura le llevaba a ocupar toda la portería y, en un principio, el fútbol era su gran pasión.
Todo cambió a los 15 años, cuando un familiar le convenció para participar en un torneo local de un deporte llamado baloncesto. La altura invitaba a pensar en que ese nuevo juego se le podía dar bien. Y no se equivocaban, aunque nadie, por aquel entonces, podía pensar hasta donde llegaría aquel espigado gigantón.
Olajuwon, que significa 'siempre en lo más alto', empezó a hacerse un nombre en Lagos y en Nigeria, coincidiendo además con una gran hornada de ojeadores estadounidenses explorando el continente africano en busca de nuevos talentos.
Fue así como el nombre de Akeem llegó a oídos de Guy Lewis, entrenador de la Universidad de Houston. Un amigo del entrenador quedó prendado del jugador nada más verle y no tardó en llamar al técnico de los Cougars para convencerle de no dejar escapar aquella gran oportunidad.
En un primer momento, Lewis fue reacio a la llamada de su amigo, aunque éste no tardó en salirse con la suya. Olajuwon recibía la llamada de la Universidad de Houston para visitar las instalaciones del campus y hacer una prueba con el equipo de baloncesto del centro. El sueño empezaba a tomar forma.
Su aventura, sin embargo, no comenzó de la manera esperada. Al aterrizar en Texas se encontró solo y ningún miembro del equipo técnico se había preocupado en irle a buscar. Cuando llamó para preguntar, le dijeron que cogiera un taxi con lo que ello suponía para un joven africano que no conocía ni el país ni la cultura estadounidense.
A pesar de ese primer contratiempo, Olajuwon llegó a las instalaciones del campus, se puso las botas y llegó a la cancha para completar su primer entrenamiento. Entonces llegó su segundo escollo. Le pidieron que hiciera un mate y Akeem lo hizo... subido a una silla. Cuando le pidieron que repitiera sin ayuda, el pívot no lo logró. Segunda decepción.
El joven Akeem pensaba que no lo iba a lograr y a punto estuvo de no lograrlo. Sin embargo, Lewis vio algo distinto en aquel nigeriano: una agilidad impropia para su estatura y un juego de pies que le hacían parecer un bailarín sobre el parquét. Más tarde, Olajuwon confesaría que ambas cualidades tenían que ver con su pasado futbolero.
Esas cualidades convencieron al cuerpo técnico, que le dieron la oportunidad de quedarse con los Cougars, aunque el camino no fue fácil. Olajuwon estaba muy verde y no consiguió hacerse un hueco en el equipo en el primer año en la Universidad de Houston. Y en su segundo la cosa tampoco mejoró y consiguió un puesto en la plantilla, su aportación fue escasa.
Tras su segunda temporada en Houston, el cuerpo técnico diseñó un plan específico para Olajuwon, al que pidieron que diera un paso adelante en su juego. El nigeriano, con una ética de trabajo impecable, herencia de Salim y Abike, aceptó el reto y se puso en manos del entonces jugador de los Rockets y dos veces MVP de la NBA, Moses Malone. Los resultados no se hicieron esperar.
El pívot nigeriano mejoró sus prestaciones y aumentó su ya potente arsenal de movimientos hasta convertirse en un arma imparable. En su tercera temporada con los Cougars, Olajuwon destapó el tarro de las esencias y junto a otra leyenda, Clide Drexler, fundo 'Phi Slama Jama', la primera hermandad universitaria que vivía por encima del aro.
Entre ambos jugadores llevaron a la universidad tejana a la Final Four. Fue su primera gran decepción, ya que pese a contar con el cartel de candidatos al título, los Cougars cayeron ante North Carolina State (nada que ver con los Tar Heels de Jordan) en la gran final. Por desgracia para él, la escena se repitió un año más tarde. Esta vez frente a los Hoyas de Georgetown de un Patrick Ewing que resultaría fundamental para ponderar la carrera de Olajuwon.
El nigeriano había saboreado las mieles de la gloria con un equipo catalogado como uno de los más atractivos del baloncesto universitario. Pero también degustó las amargas hieles de la derrota con dos finales universitarias perdidas. Su leyenda como gran jugador se empezaba a escribir con la tinta que acompaña a los perdedores.
En el verano de 1984 Olajuwon se debatía entre dos frentes: seguir un año más con los Cougars en busca del ansiado título o enfrentarse a un reto mayor como era la NBA.
El nigeriano tuvo una corazonada que acabó de decantar la balanza. En aquella época el número 1 del draft se elegía por la voluntad de la diosa fortuna. Una moneda al aire determinaba cuál de los dos peores equipos de la temporada escogía primero y Olajuwon tuvo el presentimiento de que serían los Rockets. El pívot se sentía en deuda con la ciudad de Houston por no haberle dado ningún campeonato universitario y se decantó por lanzarse a la gran aventura de su vida. No se equivocó y la moneda salió cara para él y para los Rockets.
La noche del draft de 1984 Olajuwon subía al estrado junto a un novato llamado David Stern, que estrenaba cargo como comisionado de la NBA, como número 1 del draft por delante de nombres como Michael Jordan (número 3), Charles Barkley (5) o John Stockton (16). El nigeriano imponía su altura y su clase en una de las mejores promociones de la historia.
Los Rockets no tardaron en sacar rédito de su novato. Olajuwon pronto empezó a dar muestras de lo que era capaz y sólo un tal Michael Jordan fue capaz de arrebatarle el trofeo de Novato del año tras promedia 20,6 puntos; 11,9 rebotes y 2,7 tapones por partido. Pero más allá de las frías estadísticas estaba la sensación de estar ante un jugador totalmente diferente, capaz de dominar el juego desde sus 213 centímetros, pero con la agilidad de un escolta. Con un repertorio de movimientos nunca visto en un pivot (entre los que destacaba el famoso 'Dream Shake'), Akeem se presentaba como la estrella del futuro.
En los Rockets, además, coincidiría con Ralph Sampson, otro talentoso pívot joven con el que formaría las famosas 'Torres Gemelas' de Houston. Una pareja sin parangón en la Liga y que daría muchas alegrías a los aficionados tejanos que veían en los dos gigantes a los héroes que les llevarían a conquistar el ansiado anillo.
Y a punto estuvieron de conseguirlo la temporada siguiente. Sampson y Olajuwon se convirtieron en una pareja demoledora que hacía estragos entre todos sus rivales, que no encontraban la manera de frenar a ambos jugadores. Y menos a la vez. Las 'Torres Gemelas' llevaron a los Rockets hasta las Finales de Conferencia, donde les esperaban los poderosos Lakers de Magic y compañía, defensores del título y favoritos en todas las apuestas.
Fue como un sueño. Los Rockets se encontraron un camino más sencillo de lo esperado y se apuntaron la serie con un contundente 4-1 gracias a un Olajuwon sencillamente imparable. La hazaña del pívot nigeriano dio la vuelta al mundo y sus dos últimos partidos ante los Lakers (37,5 puntos de media) le valieron la categoría de superestrella del baloncesto. "Lo hemos intentado todo. Hasta poner cuatro jugadores a defenderle. Y nada ha valido", reconocía un impotente Pat Riley tras la derrota.
Olajuwon volvía a acariciar la gloria con la yema de sus dedos. Sin embargo, una vez más, ésta le dio la espalda en el último suspiro. En las Finales se encontró con los Celtics de Bird, McHale y Parish, considerado uno de los mejores equipos de la historia. Los 'orgullosos verdes' se impondrían con cierta claridad (4-2).
Akeem volvía a llevar el cartel de perdedor colgado de su cuello y que se agrandó en las siguientes temporadas. Sobre todo, cuando los Rockets decidieron traspasar a Sampson a los Warriors la temporada siguiente. Se rompía el fantástico dúo interior que había asombrado a la NBA.
Comenzaba una dura travesía por el desierto que duraría cinco temporadas. Cinco campañas en las que Olajuwon engordaría su palmares personal y su leyenda, pero que una y otra vez le dejaba el sinsabor de la derrota. El nigeriano se convertía en uno de los iconos de la Liga gracias a su enorme calidad y a sus inmejorables números, que le llevaban una y otra vez a liderar la Liga en rebotes y tapones.
La frustración del ya maduro Hakeem (se cambió el nombre en 1991 para que se pronunciase correctamente) llegó a su apogeo en el verano de 1992. Olajuwon se cansó de perder y mantuvo un pulso con la directiva de los Rockets a la que acusaba de no rodearle de un equipo ganador ni de pagarle el salario acorde a un jugador franquicia. Su etapa en Houston parecía llegar a su fin.
Sin embargo, los Rocket recularon y no traspasaron a su jugador franquicia y le pusieron a las órdenes del nuevo entrenador Rudy Tomjanovich con quien la química parecía perfecta. Los tejanos hicieron la mejor campaña de su historia con 55 victorias en su haber. Pero seguía sin conseguir el anillo.
En el verano de 1993 los Rockets consiguieron encajar las dos piezas que faltaban en su puzzle. Mario Elie y Sam Cassell llegaban al equipo en el que se juntaban con jugadores como Horry, Maxwell o Kenny Smith y pronto se hacían con un hueco en el equipo y completaban el poco trabajo que un Olajuwon colosal y que acaparó un galardón tras otro. El pívot se convirtió en el primer jugador de la historia en ganar el MVP de la temporada, MVP de las Finales y Mejor Defensor en un año inmaculado. Faltaba el broche de oro.
Éste llegó frente a su archienemigo y rival universitario, Patrick Ewing. Olajuwon se tomó cumplida venganza de lo sucedido 10 años antes con un final de ensueño, dando el ansiado título a los Rockets en el séptimo partido. Hakeem por fin tenía su presa, pero no se contentaba con ella. Quería más.
La temporada siguiente empezó con los Rockets acusando la presión, pero poco a poco fueron remontando el vuelo. Sobre todo con la llegada del antiguo compañero de Olajuwon en la universidad: Clyde Drexler. 'The Glyde' volvía a Texas y junto a Hakeem lideró a los Rockets hasta la final, donde les esperaba el pívot del futuro: Shaquille O'Neal.
Olajuwon barrió al joven 'center' y los Rockets se impusieron por un contundente 4-0 con el nigeriano de nuevo como MVP, demostrando a Shaq que su tiempo todavía tendría que esperar.
Parecía el comienzo de una dinastía. Sin embargo, Michael Jordan salió de su breve retiro y acabó con los sueños de cualquiera. Incluso con los de Olajuwon que durante las dos temporadas siguientes chocó con Sonics y Jazz en su camino hacia el anillo. Ya nada volvería a ser igual.
Ni siquiera el fichaje de otros ilustres veteranos como Charles Barkley o Scottie Pipen consiguió reverdecer laureles en Texas. La estrella de Olajuwon empezaba a apagarse y aunque seguía dando lecciones en cada partido que saltaba a la cancha, el bailarín empezaba a quemar sus zapatillas y tropezaba, una y otra vez, con un paso imposible de ejecutar.
Los números empezaron a bajar, gradualmente, y su impotencia por no poder llevar la nave a buen puerto aumentaba año tras año. Después de seis temporadas cumpliendo una misión imposible, los Rockets decidían que había llegado la hora de decir adiós al 'Sueño'. Los tejanos apostaban por reconstruir la franquicia con Steve Francis y Cuttino Mobley, mientras que Olajuwon veía que su tiempo se agotaba y decidió rechazar la oferta de renovación. Cogió su maleta, su palmarés y su leyenda y puso rumbo a Toronto, tras firmar por tres temporadas. Su dolorida espalda sólo aguantó una.
Con una hoja de servicios inmaculada (dos anillos NBA, dos veces MVP de las Finales, un MVP de la temporada regular, un oro olímpico, 12 presencias en el All Star, dos veces elegido Mejor Defensor del Año y máximo taponador histórico de la Liga) y un legado de movimientos ofensivos difíciles de igualar, Hakeem ponía punto y final a una carrera perfecta.
Con él se iban la elegancia y la clase en una cancha de NBA. Aunque no decía adiós completamente al baloncesto. De hecho, su leyenda no ha hecho más que agrandarse en los últimos años y muchos jóvenes pívots de la NBA acuden a él (a razón de 10.000 dólares) para aprender del mejor juego de pies de la historia. Un gigante vestido de frac que tiene su lugar con los más grandes. Felices 50 y felices sueños, Hakeem.
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