Hubo
una vez un hombre tan harto de ver tantas cosas malas por el mundo, que una
Navidad deseó que todo el mundo fuera bueno y tuviera espíritu navideño. Y
resultó que, mágicamente, su deseo se vio cumplido. Cuando salió a la calle,
todo el mundo parecía feliz y nadie era capaz de hacer mal. Unos niños tiraron
piedras a un perro pero, por el aire, las piedras se convirtieron en nieve; un
hombre cruzó la caye despistado, y cuando el conductor sacó medio cuerpo por la
ventanilla para gritar algo, le dio los buenos días y le deseó felices fiestas;
y hasta una mujer rica que caminaba envuelta en su abrigo de pieles, al pasar
junto a un mendigo, cuando parecía que iba proteger aún más su bolso, lo agarró
y se lo dio lleno, con todo el dinero y las joyas.
Nuestro
navideño hombre estaba feliz, pero la cosa cambió cuando fue a pagar en el
supermercado. Le atendió aquella cajera que lo estaba pasando tan mal por falta
de dinero, y pensó en dejarle de propina lo justo para poder tomarse luego un
chocolate caliente, pero antes de darse cuenta, sin saber muy bien cómo, le
había dejado de propina todo el dinero que llevaba encima. Y si aquello no le
hizo mucha gracia, menos aún le gustó cuando en lugar de ir al gimnasio subió
al autobús que iba a la prisión y se pasó un par de horas visitando peligrosos
delincuentes encarcelados, y otro par de horas escuchando la pesada charla de una
anciana solitaria en el asilo, en lugar de ir a ver una preciosa obra de teatro
sobre la Navidad, tal y como había previsto.
Molesto
por todo aquello, sin saber qué le empujaba a obrar así, empezó a comprobar que
todo el mundo tenía aquel perfecto espíritu navideño gracias a que se había
cumplido su deseo. Pero igual que él mismo, casi nadie estaba a gusto haciendo
todas aquellas justas y generosas cosas.
Entonces se dio cuenta de lo injusto que había sido su deseo: había pedido que todos mejoraran, que el mundo se hiciera bueno, cuando él estaba realmente lejos de ser así. Durante años se había creído bueno y justo, pero habían bastado un par de días para demostrarle que era como todos, sólo un poco bueno, sólo un poco generoso, sólo un poco justo... y lo peor de todo, no quería que aquello cambiase.
Entonces se dio cuenta de lo injusto que había sido su deseo: había pedido que todos mejoraran, que el mundo se hiciera bueno, cuando él estaba realmente lejos de ser así. Durante años se había creído bueno y justo, pero habían bastado un par de días para demostrarle que era como todos, sólo un poco bueno, sólo un poco generoso, sólo un poco justo... y lo peor de todo, no quería que aquello cambiase.
Hay
quien dice que todos somos como ese hombre. También hay locos que dicen que
bastaría con que un hombre cambie para cambiar el mundo. Y algunos, mis
favoritos, dicen que ya ha llegado la hora de cambiar a ese hombre sólo un poco
bueno que llevamos con nosotros a todas partes.
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