El Día de Presentación del Club fue una auténtica fiesta: actividades desde primera hora, convivencia entre equipos, animación con el básquet inclusivo, presentación oficial de la plantilla y hasta la reunión preparatoria para el viaje a Málaga. Un día ilusionante… pero también repleto de distracciones que, inevitablemente, podían pasar factura en el partido de la tarde frente a Pedreguer. Y así fue.
A las 19:00 arrancó el encuentro y, durante los primeros cinco minutos, el equipo mostró energía y buenas sensaciones. Sin embargo, ese arranque positivo se diluyó pronto. Nos desinflamos y dejamos que factores externos —especialmente el arbitraje— nos sacaran del partido. Una semana más, una pareja arbitral con un colegiado inexperto nos generó frustración: golpes, empujones y contactos sin sanción, mientras nuestra atención se desviaba hacia las protestas, los lamentos y los piques con las rivales. Entre todo ese ruido, se nos olvidó lo más importante: jugar a baloncesto. Olvidamos que esto va de mover bien el balón, de imprimir velocidad para que las rivales no lleguen, de hacer fluir el juego. Olvidamos que hay que ser duras, que no es lo mismo que ser violentas o caer en provocaciones. Que hay que jugar con determinación, sin dudas ni miedo.
Al descanso, el marcador reflejaba un 23-14 que ya dejaba ver la falta de ritmo. El tercer periodo fue directamente para enmarcar… pero en negativo: un pobre 2-2 sin una sola canasta en juego por parte de ninguno de los equipos. Un cuarto nefasto, para olvidar, una auténtica pesadilla convertida en baloncesto. El último periodo no cambió demasiado. Algo más de acierto —muy poco— y otro parcial igualado, 8-8, que certificó el tono general del choque. Lo mejor del encuentro fue, sin duda, el pitido final que puso fin a un partido infumable en el que no supimos ser nosotras mismas. Ahora toca aprender, recomponerse y recuperar la identidad que este equipo sí tiene. Aquí hay mucho más baloncesto del que se vio hoy.
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