La extensa lista de logros individuales y colectivos alcanzados por Chris Paul Mullin como jugador de baloncesto bien pudo haber sido mucho más reducida si no se hubiera cruzado en su camino un genio de los banquillos como Don Nelson, que consiguió encauzar su carrera cuando ésta se adentraba en el peligroso camino del alcoholismo. Mullin, que había sido una estrella en la Universidad de Saint John’s y había sido escogido para la selección estadounidense que ganó el oro olímpico ante España en 1984, ingresó en la NBA con la poco recomendable costumbre de beber alcohol a diario y antes y después de los partidos.
Tras un par de temporadas en los Golden State Warriors donde las cosas no funcionaron como todo el mundo esperaba de él, la llegada de Nelson al banquillo del equipo californiano cambió por completo la vida de Mullin. El técnico apartó al jugador del equipo durante un par de meses y le convenció de que asistiese a un programa de rehabilitación tras el cual pareció experimentar una mutación: el neoyorquino reapareció con la cabeza rapada y comenzó a mostrar todas las virtudes que atesoraba dentro de una cancha; la más evidente de todas, su tiro exterior, con esa llamativa mecánica con la zurda y esa rapidez para salir de los bloqueos, pero también su velocidad para penetrar y una especial inteligencia para dar asistencias y robar balones. Todo ello le hizo subir varios escalones en su estatus en la liga, superando los 25 puntos de media durante cinco temporadas consecutivas e instalándose entre los fijos del All Star Game.
En aquellos años los Warriors de Nelson eran todo un espectáculo. Carentes de un pívot de garantías, el entrenador se sacaba de la manga unos quintetos imposibles repletos de jugadores “bajitos” y con un juego exterior liderado por Mullin, Tim Hardaway y Mitch Richmond ponían en jaque a los equipos más poderosos de la liga y, aunque su tope estaba en la segunda ronda de playoffs, solían protagonizar las gestas más sonadas del año.
Como líder de aquellos “guerreros” y tras ser incluido en el mejor quinteto de la NBA, era indudable que en 1992 debía tener un hueco en el inolvidable Dream Team que viajó a Barcelona con el objetivo de recuperar para Estados Unidos la gloria olímpica perdida en las anteriores citas. Por supuesto Mullin no desentonó entre tal pléyade de estrellas y contribuyó tanto como sus compañeros no sólo a las victorias americanas sino también al sabor a buen baloncesto que dejaron en el torneo olímpico. Además, aquel fue su segundo oro olímpico tras el logrado en su juventud en Los Angeles con los mejores universitarios estadounidenses.
Tras doce años en los Warriors y alguna que otra lesión de gravedad, su carrera parecía en claro declive, pero supo reciclarse y pasar de estrella a importante jugador suplente, justo lo que buscaban los Indiana Pacers para completar un equipo liderado por Reggie Miller y entrenado en su momento de máximo esplendor por una leyenda llamada Larry Bird. ¡¡Menudos concursos de tiro debían protagonizar estos tres en los entrenamientos!! Ya con 34 años, Mullin se trasladó a Indianapolis para ofrecer tres temporadas de buen rendimiento como secundario, alcanzando en la última de ellas la Final de la NBA, donde los Pacers no pudieron con los Lakers de Shaquille O’Neal y Kobe Bryant.
Aún tuvo tiempo de volver a Oakland para disputar una última temporada con los Warriors antes de retirarse sin conseguir el anillo de campeón pero con dos oros olímpicos, múltiples nominaciones para los mejores quintetos del año, numerosas presencias en el All Star y, sobre todo, el respeto de todos los aficionados por el nivel mantenido durante 16 temporadas en la NBA y por haber protagonizado una de esas historias de superación que tanto nos gustan a todos.
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