Artículo de Guillermo García Arroyo el año pasado en Marca:
Hubo un tiempo no muy lejano en el que los Pistons aspiraban a todo al inicio de cada temporada. Ahora, en medio del desierto de la mediocridad, la franquicia de la Motown busca recuperar el lustre perdido y, sobre todo, las señas de identidad de un equipo que se ganó la antipatía del resto de franquicias al tiempo que conquistaba anillos.
Era el tiempo de los 'Bad Boys', de la defensa al límite de la legalidad, de la dureza como seña de identidad. Características que reaparecieron, como los brotes verdes de ZP, en 2004, pero que quedaron soterrados poco tiempo después en una travesía que dura ya demasiado tiempo para los aficionados de Detroit.
Tanto en lo bueno como en lo malo, el equipo de Michigan siempre ha tenido un factor en común: la figura de Joe Dumars. Un asesino silencioso que en la cancha aniquilaba rivales con tal suavidad que cuando te querías dar cuenta te estabas desangrando como si de un extra de una peli de Tarantino se tratase. Un esteta del baloncesto que dio paso a un ejecutivo cuyo camino se reparte entre luces y sombras. Sin embargo, el peso de la corbata nunca podrá empañar la imagen de un jugador exquisito que marcó una época a finales de los 80 y principios de los 90.
Dumars era como ese músico de estudio virtuoso que deja los solos al guitarra solista, pero que aparece en el momento clave para dar la nota adecuada y marcarse el punteo que al final queda en el oído del que escucha. Un actor 'secundario' que con su interpretación terminaba por hacerte dudar quién era el protagonista y quién el actor de reparto.
Joe Dumars nunca reclamó la atención de los focos. Siempre estaba en un segundo plano, dispuesto a cambiar el signo de un partido sin que te dieras cuenta siquiera que estaba pululando por la cancha. Ese era su rol. Pasar desapercibido para, una y otra vez, acribillar el aro contrario mientras el rival no te presta atención. Un asesino silencioso que, hoy, a sus 50 años sigue intentando hacer su trabajo sin levantar polvareda, pero con la misma eficacia que antaño.
Y eso que Dumars no estaba predestinado al baloncesto. Su primer amor fue un balón ovalado, herencia de sus cuatro hermanos mayores y regalo de sus padres, Joe (conductor de camiones) y Ophelia (conserje en la Universidad Estatal del Noroeste). El joven Joe quería seguir los pasos de sus hermanos (grandes jugadores defensivos en el Natchitoches Central High School de Natchitoches, Luisiana), pero anhelaba poder ser Joe Dumars, no el benjamín de los Dumars.
Para ello su padre le educó bajo un lema --'Mantente firme-- y con una ética de trabajo que le llevaba a entrenar hasta bien entrada la noche. Aquel esfuerzo se tradujo en el campo de fútbol, con Joe siguiendo los pasos familiares y siendo el estandarte defensivo del equipo del instituto. De hecho, los ojeadores empezaban a ver un calco de su hermano David, que llegaría a jugar al fútbol de manera profesional.
Aquello terminó por abrir los ojos del pequeño Joe al mundo del baloncesto. Dumars quería tener entidad propia y habló con sus padres sobre su idea de cambiar de deporte.
"Sabían que tenía el físico para hacerlo y nunca hablamos de lo duro que tendría que trabajar para conseguir llegar a lo más alto, porque eso ya me lo habían inculcado. Lo único que me dijeron es que por muy alto que llegase, que debía hacerlo de la manera correcta. Me recordaron que venimos de lo más bajo de la pirámide y que si alguna vez trataba mal a la gente, se lo estaría haciendo a ellos", recordaba el ex jugador de los Pistons años más tarde en una entrevista.
Tras recibir las directrices de vida de sus progenitores, Joe recibió un regalo de parte de su padre. Una canasta construida con la mitad de una puerta de madera y una rueda de bicicleta en el patio de su casa. Ahora le tocaba el turno al joven Joe. Tenía que sacarle partido y para ello se pasaba horas y horas tratando de mejorar su tiro en suspensión hasta convertirlo casi en un arte.
Al jugar en una pequeña localidad de Luisiana, su repercusión escolar apenas tuvo trascendencia y tuvo que 'conformarse' con una universidad de menor nivel para seguir mejorando y construyendo su camino hacia la leyenda. Dumars no tenía problemas con eso. Sabía que la oportunidad le llegaría y estaba acostumbrado a que los focos apuntaran hacia otro lado, mientras él seguía haciendo su trabajo.
Así, fue la pequeña universidad de McNeese State de Luisiana, la que se benefició de aquel anonimato y se llevó el gato al agua. Dumars no tardó en demostrar sus cualidades para el deporte de la canasta y prontó se convirtió en el líder de los 'Cowboy'. Durante los cuatro años que permaneció en McNesse, Dumars promedió 22,5 puntos y fue el sexto mejor anotador del país en su última temporada con 28,5 puntos por partido.
Ese cartel de prolífico anotador pronto enamoró al entonces mánager de los Pistons Jack McCloskey, que era consciente de las posibilidades de aquella máquina ofensiva, pero que también sabía defender. McCloskey, sin embargo, tiró la toalla tras la lotería del draft. Los Pistons elegirían en 18º lugar. Un puesto muy bajo para optar a Dumars.
Sin embargo, la noche del draft de 1985, los hados se pusieron del lado de los de la Motown. McCloskey vio como, una tras otra, las franquicias que le precedían iban dejando pasar el nombre de Dumars en favor de Ewing, Schrempf, Oakley o Karl Malone. Así, cuando llegó el turno para Detroit, la decisión tardó apenas un segundo. "Fue la elección más fácil de mi vida", confesaría McCloskey años más tarde.
Dumars aterrizaba en Detroit, en el equipo de su ídolo, Isiah Thomas, con una ilusión y con una difícil tarea: hacerse un hueco entre 'Zeke' y Vinnie Johnson. Los Pistons se habían fijado en él por su facilidad anotadora, pero necesitaban también su presencia al otro lado de la cancha y así, durante la primera mitad de su temporada como novato, Dumars empezó en el banquillo, mientras en los entrenamientos se desfondaba por mejorar su defensa. Algo que no tardó en lograr.
El 17 de enero de 1986, después de que los Pistons hubiesen perdido 15 de los primeros 20 partidos de la temporada, Chuck Daly dio la sorpresa ante los Nuggets. El técnico de los Pistons decidió sentar al 'Microondas' para darle la titularidad a Dumars. Tras anotar 22 puntos, Dumars no volvería a perder la titularidad en los Pistons hasta el día de su retirada.
Con Joe en pista, los Pistons ganaron 20 de los siguientes 24 partidos y consiguieron puesto para disputar los 'playoffs', aunque fueron eliminados en primera ronda por los Atlanta Hawks. Aquella eliminación, sin embargo, no fue considerada un fracaso, sino el primer paso hacia algo más importante que estaba por llegar.
La siguiente temporada los Pistons llegaron hasta las Finales del Este, donde cayeron en un ajustado 117-114 en el séptimo partido ante los Celtics. Un choque en el que Dumars se consagró como más tarde fue considerado, una estrella. El escolta acabaría la noche con 35 puntos, pero con el amargo sabor de la derrota por encima de cualquier dulce reconocimiento.
Con un batacazo más a sus espaldas y un año más de experiencia, Dumars y los Pistons dieron un paso más hacia la gloria la siguiente campaña, cuando alcanzaron las Finales de la NBA. Para ello tuvieron que dejar por el camino a los Bulls de un tal Michael Jordan, que en primera ronda de 'playoffs' había anotado 45 puntos de media.
Fue el momento de Dumars. Daly le encargó el marcaje al '23' de los Bulls con una orden clara: no ofrecerle la derecha cuando estaba en el centro, ni el centro cuando estuviera en un lado. Joe secó a Jordan y los Pistons se impusieron con claridad a los de Chicago (4-1). En un equipo marcado por la dureza física impuesta por Thomas y Laimbeer, el marcaje de Dumars sobre 'Air' hizo que la gente empezase a fijarse en él como algo más que un anotador.
Los Lakers acabaron con el sueño de los Pistons esa temporada. Pero los 'Bad Boys' ya clamaban venganza de cara a la siguiente campaña. Una temporada en la que Dumars confirmó su fama de gran defensor y acompañó a Rodman en el mejor quinteto defensivo de la temporada, además de aumentar sus prestaciones ofensivas hasta convertirse en referencia en aquellos Pistons.
Pero fue en las Finales de la NBA donde Dumars dio su verdadera dimensión, reclamando para sí la atención que otrora había ido hacia Thomas o Laimbeer. Dumars se puso el disfraz de asesino y barrió a los Lakers con 4-0 que confirmaba el inicio del reinado de los Pistons. El escolta fue proclamado MVP de la Final tras promediar 27,3 puntos y dejar imágenes para la retina como el tercer cuarto del tercer partido, cuando anotó 17 puntos consecutivos.
Tras varios intentos y varias campañas frustradas, la NBA se rendía a un jugador total que se hizo un hueco entre las estrellas desde el silencio del trabajo y la humildad. Por fin, era Joe Dumars, una estrella del baloncesto que se había labrado su propio destino lejos del terreno de fútbol donde habían destacado sus hermanos. Era su momento.
Dumars recibió un nuevo reconocimiento con su primer All Star en 1990 (repetiría en otras cinco ocasiones)y volvió a llevar a su equipo a las Finales de la NBA ante los Portland Trail Blazers de Clyde Drexler. Una eliminatoria en la que volvió a demostrar de qué pasta estaba hecho. Una mezcla diferente, sólo propia de los grandes campeones.
Los Pistons perdieron el segundo partido en casa y la serie se ponía de cara para los Blazers, con tres partidos como locales por delante. Dumars emergió como gran figura en el tercer partido y con 33 puntos dio la vuelta a la eliminatoria. Sin embargo, al llegar al vestuario le notificaron el fallecimiento de su padre. Dumars estaba dispuesto a coger un avión para ir a su casa y dejar a los Pistons en mitad de las Finales.
Sin embargo, una llamada de su madre le bastó para convencerle de que el mejor homenaje era seguir jugando y conquistar un nuevo anillo para él. Dicho y hecho. Joe hizo de tripas corazón, se enfundó la camiseta y llevó a los Bad Boys a dos victorias más en Oregon, conquistando el segundo anillo consecutivo para los de Michigan.
Aquel trágico momento para Dumars fue el culmen para los Pistons que, sin embargo, empezarían su declive un año más tarde, cuando los Bulls de Jordan, Pippen y Phil Jackson les barrieron en las Finales de Conferencia. Una serie que dejó una de las imágenes más bochornosas de la historia cuando los Pistons, alentados por Thomas, se retiraron de la pista antes siquiera de terminar el partido y sin felicitar al ganador.
Dumars empezó a subir sus prestaciones a nivel individual, lo que le llevó a repetir presencias en el All Star y a ser incluído en la lista de Estados Unidos para el Mundial de Canadá, donde ganaría la medalla de oro. Pero ya nada fue igual ni para él ni para los Pistons, que habían dicho adiós a su época dorada.
El escolta, a veces base tras la retirada de Thomas, tomó las riendas del equipo de Detroit y fue su líder durante sus años de penumbra, a la vez que ejercía de mentor para las nuevas generaciones como Allan Houston o Grant Hill, que no podían haber encontrado mejor espejo tanto dentro como fuera de las canchas.
Y es que si los méritos de Dumars fueron reconocidos como jugador, su labor en la comunidad no le iba a la zaga, hasta el punto de que el premio a la ciudadanía que concede la NBA pasó a llamarse el 'Trofeo Joe Dumars'. Un ejemplo más de su capacidad de trabajo y de los valores que en su día le inculcaron Joe y Ophelia. Una filosfía de vida que se resume en una frase que le dijo a un periodista cuando éste le preguntó sobre que sentiría al anotar una canasta ganadora. "La verdad, prefiero robar el último balón", fue su respuesta. Trabajo, trabajo y trabajo. Sólo así se consigue el éxito.
Dumars colgó las botas en 1999, pero no pasó tiempo alejado de las canchas. La temporada siguiente, los Pistons recurrieron a él como vicepresidente de la franquicia para terminar nombrándole presidente de operaciones del equipo, con el objetivo de volver a hacer a los Pistons campeones.
Su primera decisión fue acceder a las peticiones de Grant Hill y traspasarlo a Orlando a cambio de un paquete de jugadores en el que estaba incluído Ben Wallace. A pesar de las críticas recibidas, Dumars veía en el pívot al heredero natural del espíritu de los Bad Boys y sobre él comenzó a construir un equipo (Billups, Prince, Hamilton y los Wallace), que en 2004 daría la sorpresa ante los Lakers del Fab Four (Shaq, Kobe, Payton y Karl Malone) , conquistando el tercer anillo de la franquicia.
Sería el último 'crimen' de un asesino silencioso. Un 'killer' con frac que ajusticiaba a los rivales tanto en ataque como en defensa. Un caballero sin mácula que dejó su impronta a base de una estricta filosfía de trabajo y de un ideario en el que la palabra humildad está grabada a fuego.
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