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jueves, 6 de marzo de 2014

Earl Monroe, la perla más brillante de la NBA (por Guillermo García Arroyo en Marca)

Hubo un tiempo en que la NBA apenas traspasaba fronteras. Sólo se exportaban pequeños capítulos de grandes epopeyas urbanas. Era un  producto interno, en blanco y negro y que se circunscribía a las fronteras de Estados Unidos. Un país que se alimentaba de leyendas callejeras y de nombres acompañados por apodos que eran apóstoles en aquellas canchas callejeras que inundan las ciudades y pueblos de Estados Unidos.
Fue en esa época de aros sin redes, tableros de madera y grietas en el asfalto de los canchas cuando  un nombre comenzó a recorrer como la pólvora la vasta extensión del territorio estadounidense. Era el nombre del nuevo 'Mesías', el hombre llamado a cambiar el baloncesto a través de un juego tan habilidoso como anárquico. Un baile que hipnotizaba a compañeros y rivales y que le valió para ganarse el calificativo del "último jugador del 'playground".
Ese gran profeta del balón naranja era Earl Monroe, más conocido en el ámbito baloncestístico como 'Jesús'. Un apodo que lo dice todo y que habla de la relevancia de un personaje que cambió la estética de este deporte, adoptando lo mejor de antecesores como Bob Cousy y que sirvió de modelo a futuros prestidigitadores e ilusionistas del balón como Magic Johnson.
Y eso que en un principio, Monroe no tenía ningún interés en meter un balón en una cesta colgada de un palo. El joven Earl prefería otros deportes para pasar el tiempo en el suburbio del sur de Philadelphia donde creció.  Monroe no encontraba diversión en el baloncesto y prefería el fútbol (algo extraño en los 50 en Estados Unidos) y el béisbol. Sin embargo, a los 14 años aquel niño se convirtió en un joven espigado de 1,90, llamando la atención de todos los entrenadores de la zona.
La  relación con aquel balón no comenzó como un idilio. Monroe empezó jugando como pívot dada su altura y su escasa habilidad con el balón. Años más tarde el propio jugador reconoció que tuvo que recurrir a su imaginación para paliar esa inicial falta de destreza. "Tuve que desarrollar ciertos movimientos y aprender a sostenerme en el aire antes de lanzar a canasta en el asfalto de las canchas callejeras", reconocía un jugador con alma de 'showman'.
Monroe se labró un nombre en los 'playgrounds' de la Ciudad del Amor Fraterno a base de movimientos más propios de un baile funky en una discoteca de mediados los 70 que de una cancha de baloncesto. Su fama comenzó a subir como la espuma y su evangelio se extendía por toda la Costa Este de Estados Unidos, haciendo de cada reverso o engaño al rival un dogma de fe, concitando a su alrededor a decenas de ojeadores universitarios que intentaban embelesarle y convencerle para fichar por su centro.
Fue la pequeña Universidad de Winston-Salem la que se llevó el premio gordo. Todo gracias a su entrenador Clarence Gaines, una leyenda en el deporte universitario en los centros de estudiantes de color y que convirtió a Monroe en un anotador compulsivo, como demuestra la media lograda en su último año como universitario: 41,5 puntos por partido. Fue la época en la que un periodista bautizó cada canasta del jugador como 'las perlas de Earl'. Nacía la leyenda.
Era el año 1967 y Baltimore tenía la segunda elección del draft. Tras ver como los Pistons escogían a Jimmy Walker, los Bullets se llevaban el premio gordo y elegían al jugador de Philadelphia. Monroe llevaba su baloncesto anárquico e imaginativo a un equipo con más sombras que luces y que no había conseguido quitarse la etiqueta de perdedor. Un caldo de cultivo perfecto para desarrollar todas sus habilidades sin cortapisas.
Monroe apenas tardó una temporada en hacerse con la batuta de los Bullets y darle completamente la vuelta. Bajo su mando, el conjunto de Baltimore cambio su sino y aunque no logró meter al equipo en 'playoffs', le hizo abandonar los últimos puestos de la Conferencia Este.
Eso en lo que a resultados globales se refiere. Porque su impacto y la admiración por su juego fue inmediata, ganándose el respeto de todas las canchas de la NBA que veían en Monroe a un músico de jazz más que a un jugador de baloncesto. Lo imprevisible de su juego le convertía en el centro de todas las miradas. "Normalmente no sé qué voy a hacer cuando me llega el balón. Y si yo no lo sé estoy convencido de que mi defensor tampoco". No había mejor manera de definir su particular estilo.
Un modo de juego que le hizo ganar el trofeo al Rookie del Año y que le permitió terminar su primera temporada con una media de 24,3 puntos, alcanzando su tope ante los Lakers, a los que endosó 56 tantos.
Los Bullets pronto se dieron cuenta de la perla que tenían entre sus manos y no dudaron en rodearla de grandes jugadores para terminar de pulirla y sacarle todo el brillo posible. Así, en el siguiente draft se hicieron con el codiciado Wes Unseld con quien Monroe formaría un tándem letal en los años venideros.
Entre ambos lavaron completamente la cara de la franquicia y la convirtieron en una habitual de la postemporada en las tres primeras temporadas. Sin embargo, nunca consiguieron llegar a optar realmente al anillo. En la 68-69 los de Baltimore alcanzaron los 'playoffs' por primera vez y pagaron la novatada cayendo por un contundente 4-0 ante los Knicks. Al año siguiente, los neoyorquinos volvieron a ser los verdugos de Monroe, aunque esta vez tuvieron que llegar hasta el séptimo partido para llevarse la serie. Una temporada más tarde, los Bullets tuvieron su ansiada venganza y en siete partidos se impusieron a sus archienemigos, para más tarde caer contra los Bucks de Lew Alcindor y Oscar Robertson.
Monroe había dado todo lo que tenía para subir al peldaño más alto con los Bullets. All star perenne, sus medias en esos primeros años fueron estratosféricas, pero no logró el ansiado anillo. Cansado de no llegar a su meta, Earl se presentó en las oficinas de los Bullets y solicitó el traspaso a una franquicia ganadora o, por el contrario, que le aumentaran el salario. Monroe apareció con los nombres de Bulls, Sixers y Lakers como franquicias a las que quería ir. Sin embargo, ninguna llamó a su puerta, lo que hizo que se planteara hacer las maletas y abandonar para poner rumbo a los Indiana Pacers, que por aquel entonces militaban en la ABA.
El jugador llegó incluso a hacer un viaje a Indianápolis para ver de primera mano a los que podrían ser sus nuevos compañeros. Quedó impresionado y quiso bajar al vestuario de los Pacers para conocer al equipo. Una visita que marcaría su futuro, como él mismo confesaría años después en su biografía.
Monroe bajó a los vestuarios y se encontró que todos los jugadores de los Pacers tenían armas en sus taquillas. 'La Perla' no pudo contener la curiosidad y preguntó a uno de los miembros de la plantilla el motivo por el que todos tenían armas. "El Ku Klux Clan está en los alrededores de Indianápolis e incluso dentro de la ciudad. Así que tenemos las pistolas para protegernos", fue la respuesta del jugador al que había preguntado. "En ese momento me di cuenta que Indiana no era para mí", asegura Monroe sobre aquel episodio.
'Jesus' volvía a Baltimore para cumplir con los Bullets y comenzó la campaña 71-72 con el equipo, disputando hasta tres partidos con sus todavía compañeros. El 7 de noviembre su agente le llamó y le dijo que tenía una oferta en la mesa. El emisor, su némesis: Walt Frazier, el hombre que mejor le había defendido, y sus Knicks. Monroe en un principio dudó sobre la idoneidad de su fichaje por la rivalidad pasada. Tres días más tarde Earl hacía la maleta y ponía rumbo a la Gran Manzana a cambio de Mike Riordan, Dave Stallworth y algo de dinero.
Un traspaso que también levantó muchas ampollas en Nueva York, cuyos aficionados no veían cómo iban a compartir responsabilidades Frazier y Monroe con un sólo balón en pista. A 'La Perla' le costó adaptarse a su nuevo rol y dejar a 'Glyde' como director de orquesta mientras él tenía menos el balón en las manos. Para colmo en su primera temporada sufrió varios problemas en rodillas y tobillos que mermaron su rendimiento y su producción. Motivos más que de sobra para que la grada del Madison dudara de su nuevo jugador.
Esas dudas se disiparon nada más comenzar la temporada siguiente, la 72-73. Se acopló junto a Frazier y juntos formaron lo que se conoció como el 'backcourt Rolls Royce'. Walt ponía la precisión de la ingeniería, mientras que él era el encargado de poner la fantasía y la clase en la cancha. Los resultados no se hicieron esperar.
Los Knicks terminaron la temporada segundos de la Conferencia Este. Un puesto que les cruzaba en 'playoffs' al antiguo equipo de Monroe, los Baltimore Bullets. 'La Perla' dejó los sentimientos aparcados y los neoyorquinos, con un Earl en estado de gracia, se llevaron la serie en cinco encuentros. Le tocaba el turno a los todopoderosos Celtics, de los que los Knicks también dieron buena cuenta en un dramático séptimo partido. El anillo estaba cada vez más cerca.
En la final su rival llevaba el nombre de Lakers cosido a la pechera y con Jerry West como estrella, los angelitos partían como claros favoritos al título. Una candidatura que se consolido tras el primer choque de la serie, que cayó de su lado. Fue el único que se apuntarían. De la mano de Frazier, DeBuscherre, Lucas y, sobre todo, de un Monroe letal en el tercer y en el quinto y definitivo encuentro, los Knicks conseguían su segundo título de la NBA. El último hasta la fecha.
Fue el principio y el fin de los neoyorquinos que empezaron a desintegrarse por culpa de las lesiones y las retiradas. También fue el zenit en la carrera de Monroe, que a partir de aquel momento comenzó  una lenta pero inexorable cuesta abajo hasta que en 1980 decidió que su brillo ya había iluminado a una Liga que él se había encargado de transformar con un juego nunca antes visto y que tampoco se ha repetido. "Veo los partidos y todavía no he visto a nadie que me recuerde a mí, a mi forma de jugar", aseguró Monroe en una entrevista reciente.
Su amor por el espectáculo y una personalidad más propia de un 'showman' que de un deportista, Monroe se alejó del mundo de la canasta para dedicarse a la música, creando su propio sello, Pretty Pearl Record. También tomó parte en numerosas actividades de la comunidad afroamericana y se convirtió en un importante miembro para su completa integración.
Miembro del Salón de la Fama y elegido entre los 50 mejores jugadores de la Liga, su legado no se reflejó nunca en los números. Su herencia fue un estilo único e inigualable, basado en la imaginación, la improvisación y la fantasía y que convirtieron a este rey del playground en el príncipe de la NBA.

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