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sábado, 5 de octubre de 2013

¿Hacia donde vamos? ¿El deporte educa?


Formación y valores de deporte
¿HACIA DONDE VAMOS? ¿EL DEPORTE EDUCA?

Formación y valores del deporte
Solemos hablar de lo que podría ser si fuese y obviamos hablar de lo que vemos, de la realidad. “El deporte sirve para educar”, “buscamos formar personas”, “tratamos de transmitir valores”…. Mucho de lo que se suele ver en las gradas y en el campo suele sustentar estas palabras. Pero claro, nadie se atrevería a decir en alto: “hay que ganar como sea”, “me da igual las personas”, “el contrario es el enemigo y hay que…”
A las personas nos suele costar ponernos en la piel del otro, mirar con sus ojos, tratar de sentir lo que siente.


Los colores que defendemos condicionan lo que vemos, sobre manera, hasta muchas veces la injusticia más brutal, la incomprensión más absoluta y absurda.
Ese árbitro que parece mi enemigo solo porque no pita lo que me gustaría que pitara (que muchas veces ni siquiera corresponde con lo que veo, sino con lo que me gustaría ver). Como norma pienso que a un árbitro le gusta hacer bien su trabajo y ser justo. Lo contrario no tendría sentido: hacer mal a sabiendas de estar haciéndolo mal… ¡qué absurdo! Su labor es difícil, muy difícil, y eso implica que el error sea una constante en su trabajo. Con comprensión facilitaremos su labor. Con tensión la haremos más difícil, así de simple.

Ese entrenador contrario del que juzgo su trabajo pareciendo pensar que él piensa en mí cuando piensa, cuando actúa, como si tratara de fastidiarme, de fastidiar a los míos… ¡nada más absurdo! ¿No será que está trabajando?, ¿no será que está pensando en lo mejor para su equipo? Por principio, siempre pienso que un entrenador actúa con criterio, aunque no sepa cuál es ese criterio. ¡Tampoco tiene obligación de explicármelo! Cuando hace algo, lo hará por algo y, salvo excepciones, pienso que nunca actúa (no debiera) pensando en humillar o hacer daño a alguien, ya sea del rival o de su propio equipo. No tendría sentido lo contrario.
Trato de entender que para el padre de un jugador su hijo no es un jugador más, es su hijo. Lo que le ocurra lo verá con unos ojos distintos a los nuestros y es por ello que debemos tratar de entenderle, pero a la vez guiarle. No hay “cursos a distancia de para padres de jugadores”, ni libros (o al menos no muchos) en los que se les diga cómo actuar, qué hacer para ayudar a su hijo, cómo comportarse para facilitar la labor del entrenador y de los compañeros de su hijo y otras cosas importantes para el buen desarrollo de la actividad deportiva de su hijo. El club, la dirección técnica, el entrenador, deberán formarse en ese sentido y tratar de llegar a los padres de deportistas con la idea de ayudarles para que les ayuden. Para ello, lo primero la empatía, el ponernos en sus zapatos… recuerda, es su hijo. Para el equipo es un jugador más, para el padre es el más importante.
Los directivos quiero pensar que piensan en lo mejor para sus equipos, lo contrario  no tendría sentido. Es cierto que entre el despacho y la pista puede haber un largo camino. Cada vez hay más cursos y literatura sobre gestión deportiva. Esto ayuda a acortar el camino, como también lo ayudará la formación integral de los técnicos, los cuales sería bueno que se formasen es aspectos de gestión para que entendieran “a los de arriba” y su trabajo.
Los jugadores compiten con sus compañeros por un puesto en el equipo, por más minutos, por más atención… pero esa competencia, que es la esencia de la vida, debemos enseñarles que debe ser sana, educada, adecuada. Compiten sobre todo contra otros equipos, contra sus  rivales. Esa competencia debe ser también sana, estética y ética. No deben ser insolidarios con el rival, no deben hacer lo que no les gustaría que les hicieran. En esto cobran un gran protagonismo sus entrenadores, que quiero pensar que están formados, quiero exigir “a quién corresponda”  que lo estén. Son modelos que modelan a sus jugadores. Lo que hacen, cómo actúan, debe estar pensado con anterioridad. Deben ser conscientes de su enorme poder para transmitir valores y formar a jóvenes y deben asumir ese reto con gran responsabilidad. Lo contrario haría daño.
Las federaciones deben luchar por lo mejor para los deportistas y los clubs que representan. Lo contrario iría en contra de su filosofía existencial. Deberían asumir el peso de ser líderes de opinión sobre lo que se debe/puede hacer, sobre el cómo se debe actuar entre clubs, con los jugadores, con los entrenadores, etc. Tienen una importante responsabilidad social. Es difícil que los clubs se pongan de acuerdo sobre determinados temas sensibles para la buena relación entre los mimos, y es aquí donde tiene que haber un supervisor que establezca las reglas del juego, que nos diga qué se puede hacer y qué no, y que nos saque “la tarjeta amarilla” cuando nuestros actos no responden a una ética deseable, con unas pautas exigibles, con unas actuaciones adecuadas.
En las gradas se ve con frecuencia, habitualmente, día a día, cosas que no deberían verse. Las gradas no las ocupan solo padres, no las ocupan solo directivos, no las ocupan solo entrenadores o jugadores… las ocupamos todos. Es nuestra responsabilidad, la de todos, que lo que en ella se diga o se haga ayude para que el deporte sea mejor, para engrandecer nuestra labor, para sumar y no restar. Mirando desde una grada se ve mucho, se ve lejos. Al mirar me gustaría pensar que vamos por el buen camino, pero no lo veo. Sabemos de dónde venimos, pero no transmitimos confianza y seguridad sobre hacia dónde vamos, pues parece que no tenemos rumbo.
Nuestras actuaciones mejoran o empeoran la imagen que el deporte tiene para todos. Nuestras actuaciones crean seguidores y crean opiniones. Nuestras actuaciones hacen que el deporte eduque y transmita valores… o todo lo contrario.
Que el deporte sirva para educar y formar es responsabilidad de todos. Dejemos ya de decir y comencemos a hacer.  Cada vez es más tarde, pero nunca debería ser tarde.


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